María Callas
Santiago Gil //
María Callas no ha muerto. No muere quien sigue cantando. Estos días he asistido a la proyección de un documental sobre la soprano en el que ella se cuenta, quizá dejando muchas puertas solo entreabiertas, pero al mismo tiempo desvelando detalles de su vida que ayudan a entender un poco mejor por qué su voz nos emociona tanto y nos deja un nudo en la garganta siempre que la escuchamos.
María Callas logra derribar todos los obstáculos que a veces impiden que toquemos el séptimo cielo con las manos, porque eso es lo que uno siente cuando la escucha interpretando Norma, La Sonámbula o Madame Butterfly, aunque para mí su gran aria es Mon coeur s’ouvre à ta voix de la ópera Sansón y Dalila de Camille Saint Saëns, ese músico francés que estuvo siete veces en Gran Canaria y cuya memoria seguimos tratando con desdén, como si quien estuvo entre nosotros buscando inspiración y sosiego hubiera sido el director de una charanga de fiestas de agosto.
En esa aria de Dalila se canta al amor con toda la desesperación de quienes creen en la ternura más allá de la muerte y del tiempo. Realmente la cantante neoyorquina de origen griego dejaba un halo de desgarro en casi todo lo que interpretaba, un desgarro que, como sucede muchas veces, terminaba convirtiéndose en belleza cuando salía de su garganta.
María Callas cuenta que le robaron la infancia, que su madre se empeñó en hacer de ella una gran cantante y que en lugar de estar jugando se pasaba todo el día estudiando y mejorando su técnica, repitiendo cientos de veces los mismos ejercicios, insistiendo en todo aquello que no estaba unido a ese talento innato que la hace diferente al resto de las sopranos.
Algo parecido le sucedió también a Camille Saint Saëns, con una madre que quería un niño prodigio y que, como en el caso de María Callas, creó un juguete roto, porque una carencia de infancia es una herida para toda la vida que no tiene compensación ni con la fama ni con el dinero.
Lo único que salvó a María Callas es que ese esfuerzo le permitió dominar todos los conceptos técnicos del bel canto, el andamiaje del arte que solo se gesta en las horas de dedicación, en la repetición y en la insistencia; pero esa técnica solo genera robots si luego no hay emoción y no se interpreta.
Ella insiste todo el tiempo en la interpretación, en meterse en el papel de la protagonista de cada ópera y en adentrarse en lo más hondo de sí misma para rebuscar en esas heridas que tanto marcaron su existencia. Porque también la hirieron mucho en el amor.
Las veleidades de Onassis, o aquella boda inesperada del armador griego con Jackie Kennedy, quebraron aún más el corazón de una mujer que uno no puede dejar de amar desde que empieza a cantar y logra detener el tiempo. En el cine, en pantalla grande, María Callas sigue viva porque sigue cantando con el alma.
CICLOTIMIAS
Un espejo no es más que un pequeño reflejo del destino.