La oscuridad

Por Javier Estévez //

Mary León habla con las manos. Es locera y su relato se pierde en la noche de los tiempos. Elabora y guisa la loza con la misma técnica que empleaban los antiguos canarios. Ella prolonga con su trabajo y dedicación una tradición probablemente milenaria, que hunde sus raíces en un tiempo paralelo a la construcción de las iglesias románicas o a las mismísimas Cruzadas. Quizás.

Mary me habla de las barreras, de la arena de los barrancos, del almagre. De los jogarzos, jaras y ramas secas que recoge en el bosque. De las piedras vivas. Y de las piedras muertas. De los gánigos y de los bernegales. De los besos y las tetas, de cada una de las partes de las que se componen las piezas y que siempre tienen nombre de mujer. Y como Mary es agradecida y respetuosa, me cita a los viejos; trae a la conversación a las mujeres mayores que le enseñaron y de las que tanto aprendió. Y me habla de su suegra, de Justo Cubas. Y de Teresa Suárez. La mejor. Asegura que sus piezas eran incomparables, porque ella no solo hablaba con las manos. También veía por ellas. Era ciega.

Mary vive y trabaja en Lugarejos. Y me demuestra que no hace falta irse lejos para encontrar lugares esculpidos por los exotismos de la historia. Aquí no se ve el mar. Pero ellos se sienten vecinos del cielo. De los celajes. Aquí, las estrellas prestan su nombre a los lugares. Y aquí, algunos vivos hablaban con los muertos. Con cordialidad.Con naturalidad. Así transcurrió durante siglos la realidad.

Pero este mundo se acaba. Mary es la última y no hay visos de continuidad. La isla interior se despuebla, al igual que todo el universo rural. Hace años que solo les visita la soledad. Todos se van. O casi todos, porque aún quedan personas que no, que se mantienen en sus bocaos, en sus casas cuevas, en su caseríos. Contra viento y marea. Son los que nunca se irán. Los que luchan por sobrevivir en medio de la indiferencia general.

Me viene a la memoria el activismo de estos días, la pasión desatada bajo las banderas. La ruidosa y visible movilización de la sociedad por evitar la fractura de un país y celebrar su unidad. Y pienso, sin embargo, lo solos que ha dejado esa misma sociedad a este mundo rural. A esta cultura rica, diversa, sabia, ruda. A esta nación sin banderas, más vieja que cualquier estado del planeta, que agoniza, se despuebla, se vacía y se muere porque ha desaparecido de su geografía un cultivo imprescindible: la esperanza.

Me voy de Lugarejos con una inmensa pena interior. Me alegra conocer a personas tan valiosas y sabias como Mary. Pero me aterra pensar que es la última. Que tras ella, no hay nadie más. Se apagan las luces de una cultura antiquísima. Luego, solo habrá oscuridad.

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