El Museo

Santiago Gil //
Trenzaban los juncos para enredar el tiempo. Las cuevas no solo ayudaban a que no desaparecieran los restos de los muertos. También quedaban las sombras de sus almas entre las rocas que fue labrando la memoria volcánica de la propia piedra. Hay lugares en esta isla en donde el tiempo tiene un sentido diferente. Desde que te adentras por la puerta de ese museo hay una magia que he encontrado en muy pocos lugares del planeta. Quizá es la presencia de todos los esqueletos y las calaveras que te miran en la sala Verneau, quizá la sombra de las momias, o tal vez la piel curtida de animales que recorrieron nuestras cumbres, o esas pintaderas que alguien dibujó para eternizar su paso por esta existencia.
Habría que visitar El Museo Canario por lo menos una vez cada año para no perder el norte de la vida y para saber de dónde venimos y cómo eran los que habitaban hace cientos de años estos mismos paisajes. A veces hablo con amigos que pasan de largo delante de su puerta o que jamás han entrado. Se están perdiendo una de esas aventuras que les acompañará para siempre. He ido con visitantes extranjeros que aún me siguen escribiendo de vez en cuando para agradecerme la visita a ese espacio de Vegueta en donde la historia se recrea casi como si pudieras saltar en unos segundos a otra dimensión del tiempo.
Y todo ese milagro nació de la mano de Gregorio Chil y Naranjo y de otros humanos que entendieron que solo desde la cultura y el conocimiento se podría edificar el futuro de estas islas. Y ahí siguen, regalando cultura desde ese bello edificio en el que todo parece encajar como encajan a veces las piezas de nuestra propia vida cuando pasa el tiempo y todo se mira con esa necesaria perspectiva que ahuyente la ceguera, casi siempre mendaz, de lo inmediato. Vayan al Museo y déjense llevar por todo lo que van a ir encontrando en las distintas salas. No solo es un espejo en el que deberíamos mirarnos cada día para evitar las vanidades y para relativizar los infortunios.
Hay mucho más. Cada hueso y cada trozo de vasija que uno mira en sus vitrinas conservan las huellas o la propia sombra de otros humanos que también soñaron mirando hacia los mismos horizontes. Porque hubo alguien que dibujó formas en las rocas o trazó líneas en una playa de arena negra.
También había mujeres que contaban historias ancestrales. Cuando hablaban dibujaban los rostros de los muertos que aparecían entre sus palabras. Si te fijas, verás una punta astillada que lleva la arruga de alguno de esos muertos que se siguen contando cada vez que vez que alguien escucha el viento en esas playas de arena negra que se aferran a los acantilados.
Lo que queda es la belleza, la imagen y esos símbolos que, aunque no entiendas, ya sabes que solo fueron trazados para conmoverte. Solo vamos dejando una anónima presencia.
CICLOTIMIAS
Un esqueleto también tiene algo de marioneta olvidada en un trastero.

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