Mi amigo Paco «el Coronas». Todo un peligro
VIVENCIAS DE NUESTRA GENTE NÚMERO 14.
por José Juan Jorge Vega
Hoy quiero hablarles de mi gran amigo Francisco Hernández, más conocido por Paco «el coronas». Vive en Tamaraceite desde toda su vida pues allí nació y se crió.
Los que peinan canas y amantes del baile seguro que se acordaran de la orquesta «Los Covinas» pues era muy famosa en su época y se recorrían todos los pueblos de la isla de Gran Canaria amenizando bailes en las plazas y sociedades. También algunas veces eran contratados en alguna otra isla de nuestro archipiélago. Bueno, pues Paco era el líder de esa orquesta en la que aparte de dirigir tocaba el teclado, aunque también sabe tocar otros instrumentos como la guitarra, el timple, el acordeón y la percusión. Él estaba en la música por verdadera vocación y de paso le sacaba algunas perrillas. Su profesión es la de Profesor Mercantil y desempeñó empleos ejecutivos en varias empresas, pero su pasión era y sigue siendo la música y como generalmente cuando tocaban eran los fines de semana, lo podía compaginar con su trabajo. Recuerdo que cuando le preguntábamos a su mujer por él nos contestaba siempre de buen humor: «tocando debe de estar pero lo que no se es lo que toca». Yo, sinceramente, me vanaglorio de ser su amigo. Era y es un gran tipo.
Tenemos prácticamente la misma edad y por tanto el también ya esta jubilado. De vez en cuando echamos nuestra parranda. Siempre fue un gran admirador de mi forma de rasguear el timple hasta el punto que solía decir: «Pepe Juan no toca el timple sino lo acaricia».
Recuerdo con nostalgia las parrandas que formábamos con mucha frecuencia, casi todos los fines de semana, en algunos sitios como: En El Bodegón del Pueblo Canario; en el restaurante «Argentina Grill» de César Nelli y su esposa Ana, que era quien, junto a su hija, nos animaba a tocar después de haber comido. Cesar Nelli era un argentino que jugo en la Unión Deportiva Las Palmas y que luego se casó y se afincó en nuestra ciudad. El restaurante «Argentina Grill» era entonces el mejor restaurante de carnes a la brasa de Las Palmas.
La parranda la formábamos: Tata con su prodigiosa voz y pandero; Manolin, su esposo, voz y guitarra; Paco «el coronas» al acordeón o guitarra y yo con el timple. Era una parranda bastante bien compensada y todos los componentes teníamos mucha experiencia. Hay que destacar la voz de Tata que, en mi opinión, en aquel momento era la mejor solista de Canarias. Era muy conocida pues actuó muchas veces en el programa Tenderete, de Nanino Díaz Cutíllas, de TVE, al igual que su esposo Manolo. También perteneció durante muchos años, igualmente junto a su esposo, a la afamada rondalla Roque Nublo. Manolo también tenía una linda voz y se complementaban los dos muy bien. Pasábamos unos ratos inolvidables.
También fueron famosos los tenderetes que hacíamos en mi casa de la playa La Furnia en Gáldar y en el restaurante Don Carlos de Sardina del norte. Es necesario decir que en todos los tenderetes nos acompañaban nuestras esposas y varias parejas de amigos, por lo que se formaba un grupo bastante numeroso. También eran memorables los tenderetes que hacíamos en Arguineguín con los hermanos Bolaños.
No puedo olvidar una comida que hicimos por Navidad en un restaurante de Moya con el grupo de «La Parranda del Bodegón», como nosotros le llamábamos, y varios amigos más. Fue la última Navidad de nuestra solista Tata con nosotros pues al siguiente año, creo que fue en 2.006, el maldito cáncer con el que llevaba varios años luchando se la llevo. Todos conocíamos su estado y su grave e incurable enfermedad y ella también lo sabía. Naturalmente no podían faltar los instrumentos musicales para echar unos cantos después de los postres, con los licores. Es imposible olvidar aquellas malagueñas que canto Tata de manera sublime en donde la letra, (lamentablemente no la recuerdo), decía que no le tenía miedo a la muerte. Fue tan emocionante que a todos se nos salto las lágrimas. Ella sabía, al igual que todos, que su partida estaba próxima. Estaba tan preparada, tan metalizada, que era ella quien consolaba a su esposo Manolo. Con su partida se acabo «La Parranda». Nunca más hemos vuelto a tocar juntos.
Con Paco y su esposa Pili solíamos salir, yo y mi mujer, algunos domingos a comer por algún pueblo de la isla, a veces en mi coche y otras, las más, en el de ellos, pues como Pili conducía nosotros nos echábamos las copas sin problemas con la policía. El único problema de salir con ellos, y debido a eso no salíamos con mas frecuencia, es que eran incansables, interminables, pues después de comer se recorrían todos los altares, llámense bares, y yo terminaba agotado y enchispado. Si era un sábado no me importaba pero si era un domingo si, porque yo tenía la costumbre de que los domingos me gustaba llegar a casa a media tarde para estar el lunes descansado y en plena forma para el trabajo. Con ellos siempre que salíamos llegábamos a las tantas de la noche.
Cuando mi mujer y yo nos íbamos los fines de semana para el apartamento que teníamos en la playa de La Furnia, muchos domingos aparecía Paco y Pili justamente después de comer y de yo ir a echarme la siesta. Siempre me la jodía, pues cuando llegaba cogía la guitarra que yo siempre tenía en el apartamento, junto con un timple, y entraba en mi dormitorio donde yo ya estaba roncando y se ponía a cantarme «las mañanitas» hasta que me despertaba. Es un rebenque.
Recuerdo una anécdota de un Domingo que salimos a comernos un sancocho en un restaurante que el conocía por el centro de la isla, no estoy seguro del nombre del pueblo, aunque creo que es Valleseco. Se trata de un restaurante con un comedor muy grande y su sancocho era muy apreciado. Cuando llegamos al restaurante en cuestión, a eso de las dos de la tarde, estaba abarrotado de gente ya comiendo y un montón más esperando el turno de mesas, pues los sábados y los domingos se veían obligados a dar números por la cantidad de personas que iban y así poder controlar el orden de llegada de las mismas.
Pues bien, entramos en el abarrotado comedor y Paco nos dice que iba a saludar al dueño con el que al parecer llevaba cierta amistad. Al cabo de un rato aparece con el propietario del restaurante al rinconcito en donde esperamos su mujer, la mía y yo. Nada más llegar le dice al hombre: Jacinto, (nombre ficticio naturalmente), te quiero presentar al Alcalde de La Orotava y a su esposa que se encuentran pasando unos días en nuestra isla. Yo sé que a él no le gusta que le vayan presentando por ahí por su cargo político, pero como tu eres amigo mío y de confianza te lo quería presentar para que no se lleve un mal concepto del lugar por no poder probar tu famoso sancocho. Se imaginan como nos quedamos, Pili medio sonreía, mi mujer con la boca abierta y yo que no me creía lo que estaba escuchando, pues eso fue sin previo aviso y sin preparar. Paco, que había retrocedido un paso detrás de Jacinto, me guiña el ojo y me hace señas de que siga la corriente. Yo saludo a Jacinto muy cordialmente y le felicito por su restaurante y por el éxito del mismo y le dije que veníamos a degustar su famoso sancocho que tanto Paco como Pili nos habían recomendado y que no me gustaba ir por ahí comprometiendo a nadie por razón de mi cargo político, pero ya sabe usted como es Paco que a pesar de que él lo sabe, siempre hace lo que le parece. El hombre amabilísimo nos saludo cortésmente y me dijo que enseguida nos colocaba una mesa en un buen sitio y que el mismo nos atendía. Y así lo hizo. Paco quedaba un par de pasos a la espalda de él y no paraba de reírse silenciosamente viendo como yo me iba defendiendo de la mejor manera posible, y naturalmente muy serio, del imprevisto apuro.
Cuando estábamos sentados a la mesa les dije que por favor no se rieran pues teníamos que seguir con la broma porque sí el tal Jacinto se daba cuenta de que le estábamos tomando el pelo nos echaba del restaurante a patadas. Los peores apuros vinieron después de los postres, pues Jacinto nos quiso invitar a unos licores y se sentó un rato con nosotros a charlar sobre la Orotava y su famoso Valle, pues resulta que era un lugar de Tenerife que conocía y que admiraba mucho. Recuerdo que me hablaba de la pena que le daba de que se hubiera construido en la zona habiéndose sacrificado tantas plataneras. Yo le contestaba explicándole que la especulación era muy difícil de parar y que a veces los Ayuntamientos recibían tal presión que se hacia muy difícil no acceder tarde o temprano a la recalificación de algunos terrenos, pues también había que tenerse en cuenta el aspecto social del entorno, las necesidades, amen de otros factores. Tengo que aclarar que yo de siempre fui un enamorado, y quien no, del precioso Valle de La Orotava y debido a eso me desenvolví bastante bien. Y en esos términos transcurrió la velada que acabó con la invitación de Jacinto de dos botella de un buen vino tinto y de los licores, y además con cordiales saludos y buenos deseos.
Yo fui incapaz de decirle al hombre la verdad en esos momentos porque pensé que hubiera sido peor, pues además de haber sido cruel para él, también lo hubiera sido para Paco, que lo único que pretendió era conseguir una mesa para comer sin ponerse en la lista de espera. Yo desde luego no he ido ni pienso ir nunca más a su restaurante, pues sí me llega a recordar y descubrir que le engañamos se me cae la cara de la vergüenza. Una pena porque el sancocho estaba muy bueno.
Desde luego salir con mi amigo Paco el «coronas» era y sigue siendo todo un peligro.