Vivencias de nuestra gente n° 47: Santiaguito el bodeguero y un cliente de mecha

Por José Juan Jorge Vega //

La tienda-bar de Santiago Gil, situada a la entrada de Guía, era conocida por todo el noroeste de Gran Canaria como la tienda de «Santiaguito el Bodeguero». Allí podías comprar todo tipo de alimentación y útiles del campo, además de lo propio de una bodega en nuestra isla: Un buen vino del monte. Pero también había un queso de flor y de media flor exquisitos. Para tener la doble función y poder despachar bebidas, tenía un reservado que estaba situado a la izquierda entrando.

Aparte de sus productos este establecimiento era conocido por la propia personalidad de Santiaguito. Era un hombre alto y más bien corpulento y amigo de gastar algunos chascarrillos y algunas bromas; y sin embargo era muy respetado por todos. Era de aquellas personas que a veces hacían reír pero que nadie se reía de ella.

Yo le conocí siendo muy joven y aún le recuerdo. Me dijo en una ocasión mi profesor de timple, Antonio Mireles, que Santiaguito tocaba muy bien la guitarra. Y en momentos en que no había clientes en la tienda, bien estando solo o acompañado de algún amigo, le gustaba ponerse a tocar, pues siempre la tenía a mano.

Yo era entonces y sigo siendo muy amigo de su hijo Santiago, más conocido por Chago, pues fuimos compañeros de estudios, y además le visitaba con relativa frecuencia en la misma tienda-bar que heredó, pues soy un enamorado del queso de flor y del buen vino. Chago es un gran conocedor del queso de flor, y de él aprendí todo lo que sé de este producto.

Hablando un día de la antigüedad de su establecimiento, me decía que su padre abrió la tienda en el año 1.936 y que, como ya dije, él le relevó a su muerte. Así que, hasta su propia jubilación, en el año 2007, en la que cerró definitivamente este emblemático establecimiento, estuvo abierto al público un total de 71 años. Fue toda una institución.

Me decía Chago en una de mis frecuentes visitas, que él y algún que otro amigo como Domingo Jorge, estaban haciendo gestiones con el Ayuntamiento de Guía para que solicitaran la denominación de origen de nuestro queso de flor con el nombre de «Queso de flor de Guia». Afortunadamente ya se ha conseguido.

Es preciso aclarar que estos quesos de flor también se hacen en los altos de Moya y de Gáldar, pues en toda esa zona la calidad de la leche es única, debido a lo que comen los animales. Este hecho se da entre los meses de febrero a junio/julio, que es cuando los artesanos hacen el queso de flor. Si se hacen fuera de esta época la calidad es muy inferior.

También fueron ellos, según me dijo, los que promovieron con el Ayuntamiento la celebración anual de la fiesta del Queso.

A veces Chago, que es un buen conversador, me llego a relatar algunas anécdotas de su padre como protagonista. Hoy les voy a contar una que a mí me resulta muy graciosa.
En aquella época, frente a la fachada principal de la iglesia de Guía, se celebraban todos los Domingos por la mañana, un mercadillo en donde venían los propios agricultores a exponer y vender sus productos. Venían de todas partes de nuestros campos y era el mejor mercadillo agrícola de toda la zona noroeste.

Me viene a la memoria una señora bastante mayor que se ponía al borde de la plaza chica, junto a la dulcería, con una bañadera de chochos, que por una perra chica nos ponía un puñado con un poco de sal gorda en una hoja de ñamera que estaban buenísimos..

Les decía que en la tienda de Santiaguito se podía comprar casi cualquier cosa, así que los campesinos aprovechaban la visita al pueblo para comprar lo que les hiciera falta.

Pues uno de esos Domingos, estaba Santiaguito conversando con un amigo, sentados en un extremo de la tienda por fuera del mostrador, cuando entra casi corriendo uno de esos campesinos que habían venido al mercadillo y a voz en grito, sin haber visto siquiera donde estaba Santiaguito, le pregunta: «Santiaguito tiene mecha».

Y Santiaguito, que esa mañana tenía ganas a coñas, le contesta: «Pero hombre de dios esa no son maneras de entrar en un establecimiento, corriendo y dando gritos». El pobre hombre se quedó todo cortado sin saber qué decir.

Y continúa Santiaguito: «Vamos a ver buen hombre porque no sale a la calle y empieza de nuevo».

El campesino se da la vuelta y se pone en la acera. Espera unos segundos y con el cachorro en la mano entra de nuevo en la tienda muy despacio y dice en un tono de voz grave y pausado: «Buenos días Santiaguito y la compaña, me podría decir si tiene mecha».

Santiaguito con esa media sonrisa socarrona y con cierto regocijo le dice: «Usted ve que diferencia. Ha entrado usted cómo hay que entrar en un establecimiento, dando en primer lugar las buenas horas y a continuación, de una manera educada, ha preguntado usted si tengo mecha».

Supongo que la mecha será para el mechero. Pues sí, tengo mecha y ahora dígame: ¿qué cantidad le pongo?. El campesino se le queda mirando con el virginio en los labios, y también medio sonriendo va y le contesta: «P’os sabe que le digo Santiaguito, que se la meta por culo».

Dio media vuelta y desapareció camino al mercadillo, donde le esperaba su mujer y el chiquillo que ya habían recogido los atriles. Montaron en los mulos y salieron camino a su casa en Piedra Molino, al tiempo que se decía satisfecho: «entodavía tengo mecha p’a unos días».

Santiaguito y el amigo fueron a reventarse de la risa. A las pocas horas ya lo sabia todo el pueblo.

Oh, pues esta vez Santiaguito pinchó en hueso, decían.

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