Vivencias de nuestra gente n° 44: Los rones fia’os de maestro Manuel

*Autor: José Juan Jorge Vega.*
Esta anécdota es de un protagonista ya conocido por otras historias. Es una reliquia este hombre. Como ya he dicho, soy muy amigo de uno de sus hijos y un día, mientras compartíamos unas cervezas en un bar de Gáldar, me contó varias anécdotas de su padre que era muy ingenioso, y de las que yo tomé buena nota.
A la entrada de la vieja Recova de Gáldar, (Plaza de Mercado), había una pequeña cantina, un chiringuito, que regentaba un tal Pedro. La tal cantina era muy conocida pues estaba en un sitio estratégico y era el preferido de los roneros del lugar que iban a echarse su pisco tanto al mediodía antes de almorzar como por la tardecita después de la interminable jornada laboral. Pedro siempre tenía alguna cosilla para picar: una aceituna, un cacho de queso, una rodaja de salchichón….., que se acompañaba de un cachito de pan, pues al ronero siempre le gusta echarse algo a la boca después del ron.
Los trabajadores de las plataneras y almacenes de empaquetado, que eran sus clientes en potencia, cobraban semanalmente, los sábados. Y era una costumbre que el sobre del sueldo había que entregarlo a la mujer sin ni siquiera abrirlo, porque si no menuda se armaba. Lo que ellos tenían para los pequeños gastos era lo que cobraban por horas extras; por tanto, su economía particular dependía de las horas que hicieran durante la semana.
Debido a ello era habitual que muchos de sus clientes a mitad de la semana ya no tenían una peseta en el bolsillo. Así que Pedro se veía obligado a despachar copas fia’s, que apuntaba en una libreta, y que generalmente pagaban el mismo día de cobros, que como dije eran los sábados.
Maestro Manuel era un cliente habitual; de los que iban todos los días a echarse un par de rones tanto al mediodía antes de almorzar, como por la tardecita después de la suelta. Pero era un hombre al que había que atar corto porque no era muy buen pagador. Se dejaba ir cada rato alegando que estaba sin un duro porque no había hecho horas extras y que esperaba hacerlas la semana siguiente y entonces le pagaría. Pero así habían pasado ya varias semanas y la cuenta iba subiendo.
Pedro estaba algo preocupado y no encontraba el momento de hablar con el, pues no quería decírselo delante de nadie no sea que se le calentara y perdiera las perras y al cliente. Y maestro Manuel, que era más listo que las ratas de intendencia, no se acercaba a la cantina si no habían clientes consumiendo. Y así pasan los días y una semana tras otra sin que entregará una peseta.
Hasta que un buen día Pedro se decide hablar con él y lo llama a un rincón de la pequeña barra y va y le dice: Maestro Manuel esto no puede seguir así, pues ya hace una parti’a de semanas que no me entrega ni una peseta y la cuenta se ha ido subiendo. Maestro Manuel pone cara de asombro y le pregunta: Y cuánto le debo Pedro. Oh, p’os ya me debe cerca de las cien pesetas, si quiere le enseño el detalle. Maestro Manuel se le queda mirando fijamente y le dice haciéndose el caliente: A mí no me hace falta el detalle porque usted es una persona seria y no me va a engañar, pero dígame: Cómo carajo se ha deja’o juntar t’o eso Pedro?. Pedro, confuso por la respuesta de maestro Manuel, le contesta: Oh! P’os poco a poco y pisco a pisco……
Pedro se queda pensando al tiempo que lo miraba: «O sea que esté jodi’o caradura me está echando a mí la culpa por las perras que me debe»………!Esto es increíble recoño!.
Maestro Manuel de forma relajada le contesta, mientras se echaba el último ron para ir a almorzar: !P’os no te preocupes hombre que pisco a pisco y poco a poco te iré pagando!.
Y mientras Pedro se fue a despachar a otro cliente, maestro Manuel se da la vuelta p’a marcharse al tiempo que le grita: !Apunta eso par’ai Pedro¡.
Este hombre no tiene arreglo! No hay quien lo amarre corto ni quien lo meta en cintura! Yo sé que él acaba pagando. Lo que no sé es cuando.
Así era maestro Manuel. A todo santo debía una vela, me decía su hijo.

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