Vivencias de nuestra gente n° 38: Pepe Ojeda, mi amigo entrañable

Autor: José Juan Jorge Vega  //

Esta vivencia la quiero dedicar al recuerdo de un amigo entrañable: Pepe Ojeda. Falleció en su casa de Botija debido a un derrame por la rotura de una arteria. Aún estaba convaleciente de una operación provocada por un infarto de miocardio.

Falleció hace veinte años, cuando solo tenía 50, y aún le recuerdo con nostalgia. Hay una definición del amigo como «un hermano deseado». Si la aplicamos, Pepe fue mi hermano.
Nos habíamos conocido muy jóvenes y como después de casarme me fui a trabajar y a vivir a Las Palmas capital, dejamos prácticamente de vernos durante muchos años.
Nuestro posterior encuentro y cuando más creció nuestra amistad fue a partir de cuando tuve un apartamento en Sardina de Gáldar, en donde llaman La Furnia. Entonces nos veíamos casi todos los fines de semana comprendidos entre abril/mayo hasta el mes de octubre, que era el periodo de mejor tiempo en la zona. Solíamos vernos en su casa o en el quiosco de la Playa de Sardina, junto con otros amigos y las más de las veces con nuestras esposas. Recuerdo que nada más empezar «mi veraneo» me decía: Pepe Juan ponte el timple en el maletero del coche y no lo quites de ahí hasta que llegue el invierno. La armábamos buena él con la guitarra y yo con el timple. El Quiosco lo llenábamos.

Pepe Ojeda vivía en un chalet, que el mismo construyó dentro de un amplio terreno que su padre le había regalado en donde llaman Botija, que está muy cerca de la Playa de Sardina. Allí había espacio para todo. Tenía, aparte de su casa de dos plantas y una piscina; un taller con todo tipo de herramientas; un salón enorme, (que en su día había sido un almacén de empaquetado de tomates). Este salón estaba perfectamente preparado para todo tipo de fiestas y tenderetes. Tenía una cantina con su barra, su nevera, una buena cocina de gas y todos los utensilios necesarios. También había una discoteca con un buen equipo de música y sus numerosas luces que cambiaban de color constantemente. Había también una mesa de billar que el mismo reconstruyó de una vieja que le regalaron. Y también había numerosas sillas, sillones y butacas. Vamos, que no faltaba de nada.

Tenía además mucho terreno vacío donde proyectaba hacer unas canchas de tenis. Y donde tenía su barco de vela de nombre «Leticia» como su hija y donde también algunos amigos llevaban sus barcas para reparar o simplemente para guardarlas hasta el verano siguiente.

Pepe era polifacético. Entendía de todo y tenía una enorme capacidad de improvisación. Era además un buen hombre al que todos apreciaban pues era todo nobleza y trataba de ayudar a todo el que podía. Pero, también hay que decirlo, era todo un rebelde. Estaba en constante rebeldía con todo aquello que el creyera injusto, sobre todo por los problemas de tipo social.
También Pepe Ojeda era un hombre culto. Había estudiado dos Carreras, Magisterio y Perito Mercantil, y ambas abandono antes de acabar el último curso, faltándole alguna asignatura. Por qué?. Pues por cualquier cosa que se le atravesaría. Un profesor o sabe Dios qué. Así era él.

Trabajaba en el Ayuntamiento de Gáldar y desde que entró un Alcalde con el que no estaba en sintonía se enfrentó a él y como la cuerda se suele romper por el sitio más débil, pasó de ser el Jefe del Servicio de Aguas a fontanero. Pero a él nunca se le cayeron los anillos, como suele decirse, y se adaptó perfectamente a su nuevo cometido. Más tarde llegó a un acuerdo con dicho Alcalde y se quedó en su casa a cambio de una parte de su sueldo. Con eso y las chapuzas que hacía más el sueldo de su esposa, vivían a un buen nivel.

A destacar que en su entierro había personas de todas las clases sociales. Desde políticos, sobre todo socialistas y comunistas, hasta los más humildes del pueblo. Incluso asistió el Alcalde con el que tenía sus más y sus menos. Memorable fue el enorme aplauso que, a modo de despedida, se le dio dentro de la Iglesia de Gáldar, que estaba a rebosar, al finalizar el funeral de cuerpo presente.
Era sin duda el líder de nuestro grupo. De tal forma que todos coincidíamos al decir que se nos había ido el Capitán. Hasta tal punto que el grupo se desarmo totalmente desde se marcha.
Después de presentarles al protagonista de esta vivencia, les voy a relatar dos anécdotas de este hombre tan singular:

*ANÉCDOTA N°1.* Yo trabajaba en una empresa dedicada a la representación y distribución de productos alimenticios y bebidas, y era el responsable de la administración. Un buen día me pregunta el Delegado, mi jefe, si yo sabía de alguien que tuviera una barca no muy grande para una exposición de conservas de pescado que se iba a hacer en un hipermercado de Las Palmas Capital. Inmediatamente me acuerdo de mi amigo Pepe Ojeda y le digo al Delegado que era posible que sí, que me diera un par de horas para hacer una gestión. Logro hablar con Pepe aquella noche y me contesta que iba a mirar a ver si podía conseguir una. Que me llamaría en un rato.

Apenas había pasado media hora me llama y me dice que si, acordándose de una chalupa que ya no usaba. Le dije que había que pintarla toda de blanco y ponerle el nombre del fabricante de las conservas de pescado en color negro. Que tenía que quedar impecable porque se iba a exponer al público en un hipermercado.

Esta conversación tuvo lugar un miércoles por la noche y la exposición se iniciaba el martes de la semana siguiente. Por tanto, le dije que el próximo lunes a las cuatro de la tarde mandaría un furgón a buscarla. Como suponía el trabajo que le iba a dar le ofrecí la cantidad máxima que podía darle. Se quedó conforme con el precio, contento y agradecido.

Me contó, unos días más tarde de la entrega, cuando le pagué lo acordado, que a última hora se le había complicado el asunto con el nombre del fabricante. Y, entre risas, me cuenta lo sucedido.
«Cuando solo me quedaba pintar el nombre del fabricante, voy al taller a buscar un pincel y no encuentro ninguno. En eso que llega un amigo que estaba de vacaciones, Miguel García, y le explico lo que me pasa y también se pone a buscarlo en el desordenado taller. Nada, no aparecía un jodido pincel por ningún sitio. Salgo al patio donde tenía la barca que estaba reluciente de blanco, le tuve que dar tres manos, y me siento en un taburete agarrándome la cabeza con las dos manos pensando en cómo podría fabricar un jodido pincel, pues apenas faltaban 6 o 7 horas para que llegara el furgón a buscar la barca y aún tenía que pintar el nombre y darle tiempo a la pintura para que se secara. En esas andaba cuando pasa delante de mí «Canelo» con su andar chulesco y meneando su frondoso rabo. Al momento se me encendió la bombilla y le grito a Miguel que seguía buscando en el taller: «Miguel déjalo que ya encontré uno».
Y de esta manera tan ocurrente fabricó su pincel y su perro «Canelo» perdió parte de su hermoso rabo.
A las cuatro de la tarde la barca estuvo lista para su entrega.

*ANÉCDOTA N° 2.- *Pepe Ojeda tenía un ojo de cristal debido a un accidente cuando era muy joven. El que no lo supiera no lo sabía pues no se le notaba nada, ya que además llevaba gafas cuyos cristales se oscurecían con la luz.
Era un sábado por la noche y a la hora acostumbrada estábamos todos los amigos en el Quiosco de la playa de Sardina. Bueno todos menos Pepe Ojeda y su cuñado Antonio Sauca, (Antonio Mendoza Sauca). Al cabo de una hora aparecen los dos muertos de risa y Antonio nos cuenta el motivo del retraso.

Antonio también tenía un chalet muy cerca del de su cuñado Pepe, que se había construido en el solar que también le regaló su suegro, en donde se pasaba junto a su familia casi todos los fines de semana. Para no llevar los dos coches se acerca a la casa de Pepe para ir juntos. Este se estaba terminando de vestir y entra en el baño a peinarse, mientras su cuñado esperaba en el salón viendo la televisión. Pasan cinco, diez minutos y Pepe que no sale del baño. Hasta que Antonio decide llamarlo a ver que le había pasado. Coño Antonio, le contesta Pepe, es que se me cayó el ojo de vidrio y no lo encuentro por ninguna parte, entra y ayúdame a buscarlo. Antonio entro y al final apareció el dichoso ojo. Se lo puso y se partieron a reír, lo mismo que nosotros cuando acabó de contarlo.
Desde luego estaba claro que su ojo de vidrio no le acomplejaba en absoluto.

Como les decía al inicio de este relato, quiero que estas páginas sirvan de recuerdo a este inolvidable amigo. Seguro que más de un lector lo recordará. Que descanse en paz.

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