Los rechazados
Santiago Gil //
No todos los libros se terminan escribiendo. Tampoco se viven todas vidas. Hay libros que quedan en la idea, en una especie de trampantojo que no es nunca lo que parece o en un mero esbozo de argumento.
También hay algunos de esos argumentos que se parecen más a los sueños que a la vida diaria. Pero luego también hay libros que escribimos y que jamás llegan a ninguna parte, que se quedan en los discos duros de los ordenadores o que van amarilleando en papeles cada vez más desgastados hasta que se desmigajan o terminan comidos por la carcoma. En la vida y en los libros también juega su papel la suerte, esa suerte que negamos los que decimos que todo es trabajo y búsqueda incesante, pero es evidenteque ya nacer es una suerte que uno tuvo después de haber luchado contra millones de espermatozoides.
Estos días he leído un nuevo de libro de David Foenkinos. Quienes me conocen saben de mi debilidad por el escritor francés, sobre todo tras haber leído esa obra maestra que es Charlotte, o tras haber estado muchos días detrás de sus Recuerdos o dejándome engatusar por La delicadeza.
Esta novela de Foenkinos que acabo de leer se titula La biblioteca de los libros rechazados. Uno de los protagonistas decide que no solo los libros editados tienen cabida en una biblioteca, y plantea que los autores con libros rechazados también tengan su hueco.
Reserva un lugar a esos personajes que nadie ha leído porque los libros que los guardan fueron sistemáticamente rechazados. Y habría mil ejemplos de grandes obras rechazadas por las editoriales, desde el primer tomo de En busca del tiempo perdido de Proust en Gallimard, y además con Gidé encabezando la selección, hasta lo que pasó con Cien años de soledad en Seix Barral, aunque en este caso se habla también de una serie de nefastas coincidencias que hicieron que a Carlos Barral se le escapara una de las obras maestras de la literatura del siglo XX. En estos tiempos, cualquiera puede editar su libro en formato electrónico o autoeditarse unos ejemplares en papel.
No sucedía lo mismo hacía unos años, pero incluso ahora, la suerte de los libros es tan proteica como la propia suerte de los humanos. Muchas veces es el tiempo el que logra que libros que no tuvieron ocasión de convertirse en papel terminen siendo obras maestras. El gran ejemplo que todos tenemos en mente, y que también nombra Foenkinos, es La conjura de los necios de John Kennedy Toole.
Este título, además, se vale de una frase de Jonathan Swift: “Cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él”. Por desgracia, sigue pasando eso en la literatura. También sucede con muchas existencias, aunque lo ideal sería que cada uno de nosotros valorara en su justa medida a los libros y a las gentes que realmente merecen la pena.
CICLOTIMIAS
Más allá de las nubes, cualquiera pueda soñar un universo.