A doña Eusebia de Armas Almeida, en el 57 aniversario de su fallecimiento

«Era una señora sencilla y cercana»

Conocí a doña Eusebia Armas Almeida el 24 de Julio de 1955 cuando abrí, en representación de la Comunidad de los Salesianos, el colegio «María Auxiliadora» de Guía de Gran Canaria. Ella era viuda de un general de la Guardia Civil. No tenía herederos forzosos y pensó hacer con sus bienes una Fundación para un colegio destinado a los niños pobres de Guía y su comarca.

Doña Eusebia estudiaba dejar todos sus bienes a la congregación salesiana que iba a regir el colegio. No obstante, consultó con su abogado, que también lo era de la diócesis. Éste le hizo cambiar de opinión: entregaría la propiedad a la diócesis, la cual nombrará un administrador, y todo lo que rente será para el sostenimiento de la Fundación. Esas fueron las palabras textuales que ella me comunicó. Doña Eusebia era una señora sencilla, cercana y platicábamos con frecuencia de las cosas del colegio.

Por aquella misma época, el párroco de Teror, monseñor Antonio Socorro Lantigua, estaba construyendo otro centro para los niños pobres de la villa mariana, que sería regido también por los salesianos. Doña Eusebia le repetía: «A usted, don Antonio, los salesianos le harán caso porque es el párroco de Teror, pero a esta pobre viuda no harán ni maldito caso para llegar a tiempo a la apertura de su centro en Guía». El párroco de Teror intentaba tranquilizarla, replicándole: «Le prometo, doña Eusebia, que antes que Teror se abrirá el suyo «. Y así fue: el colegio salesiano guiense se abrió por la mañana, y el de la villa terorense por la tarde de la misma fecha, 24 de Julio de 1955.

Si hubiéramos tardado diez días más, el de Guía no se hubiera abierto. A doña Eusebia le dio una hemiplegia y perdió el habla. Nos quedamos sin interlocutor válido. ¿Qué hacer entonces? Del colegio respondía la congregación, pero de sus bienes ¿quién?

Desde 1960 a 1966 debatimos con monseñor Pildain, obispo de la Diócesis, por unas cláusula fundacionales. Estábamos de usufructuarios de un colegio sin reconocimiento canónico poque no había nada escrito. En 1966 se jubila monseñor Pildain, y esperamos al sucesor, monseñor Infantes Florido. Aguantamos tres años más sin llegar a un entendimiento. Y en agosto de 1971 dejamos el colegio.

La pena fue la pronta enfermedad e invalidez de doña Eusebia. Ella hubiera cambiado el testamento viendo las condiciones precarias en que estaba el colegio, sus veinte becarios y los salesianos.

Ahora, una manera de arreglar tal desaguisado sería ceder el centro para un fin sociosanitario y que los otros bienes que aún queden sean empleadose para el sostenimiento de la Fundación

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