Vivencias de nuestra gente nº 31: Isidoro y el champán en Fuerteventura

Por José Juan Jorge Vega
Esta anécdota ocurrió hace ya más de treinta años en un pueblo del interior de la isla de Fuerteventura.
 
Isidoro y yo fuimos compañeros de trabajo durante algo más de veinte años y estoy seguro de que no le importará que cuente esta graciosa historia que un día me relató, pues, aunque ambos estamos jubilados, nos sigue uniendo una buena amistad.
 
Antes de conocernos, Isidoro trabajaba como promotor-comercial de una empresa muy fuerte que fabrica y distribuye una prestigiosa marca de vinos espumosos, cava, cuya central está situada en Cataluña. Aquí, en la ciudad de Las Palmas, está una Delegación que vende y distribuye sus productos en la Provincia de Las Palmas y en la etapa de Isidoro en las colonias españolas en Africa Occidental. Así que Isidoro tenía que visitar a todos los clientes de Fuerteventura, Lanzarote, Villacisneros, Ifni y El Aaiun, entre los meses de Septiembre y Diciembre, pues hay que tener en cuenta que el 80/85% de este producto se vende por navidades, ya que su consumo es, mayoritariamente, por las fiestas navideñas. El 15/20% restante se vende durante todo el año en celebraciones particulares y en los cabarets y bares de compañía, llamados vulgarmente «puti-clubs».
 
Precisamente porque este tipo de bebidas se vende casi en su totalidad por navidades, se sorprende al ver los pedidos que un cliente de un pueblo del interior de la isla de Fuerteventura ha hecho durante los primeros seis meses del año. Pues mirando la estadística había pasado de las 10/12 cajas que compraba en años anteriores por navidad, a las 192 cajas que llevaba compradas en lo que iba de año. Vamos, que no se lo explicaba. Y por ello decide hacerle una visita para averiguar el motivo de ese enorme incremento. Prepara su estrategia y se va a visitar a don Antonio, que así se llamaba el cliente en cuestión.
 
Cuando llega al almacén del cliente se saludan cordialmente, pues se conocían desde hacía varios años, e Isidoro lo felicita efusivamente y le dice que se ha transformado en el mejor cliente de la Isla y que por ello le va a premiar con unas cajas de regalo. Que le gustaría conocer la estrategia que había utilizado para acostumbrar a la gente a beber champán como aperitivo o acompañando a las comidas, en vez del vino o el pisco de ron, pues así lo podría aplicar él también en otros pueblos, a otros clientes.
 
Don Antonio, después de invitarle a sentar en un cajón de coñac al tiempo que él se sentaba en otro frente a él, se le queda mirando echándose el cachorro para atrás y rascándose la cabeza, buscando la forma de explicarle a don Isidoro, sin que se ofendiera, el motivo de haberse producido el incremento tan grande en la venta de su champán.
 
Verá don Isidoro, aquí el champán apenas ni se bebe en las Navidades. Si acaso las mujeres. Porque en este lugar lo que bebemos mayormente los hombres es el vino de la tierra y algún pisco de ron.
 
Don Isidoro sin salir de su asombro y desarmado de su estrategia le contesta: Y entonces quien se lo ha bebido porque de las 192 cajas que ha comprado en lo que va de año aquí en el almacén solo quedan 21; está claro que las que faltan alguien se las tuvo que beber.
 
Don Antonio, dándolo vueltas al cachorro, con el virginio en los labios y media sonrisa en la boca, va y le dice: Mire usted don Isidoro, aquí los burros salen a trabajar desde que amanece y se pasan el día comiendo papeles y pajullos y t’o lo que van «apañando», y claro cuando llega la tardecita tienen las barrigas infla’s como globos. Entonces desde que los meten en el burrero y se les quita la albarda, las angarillas y la jáquima, se les mete una o dos botellas de ese champán en el «jocico» y al poco rato de engullirlas empiezan a retozar y pegar brincos tirando pe’os y bufos que si usted no sale rápido del burrero se puede quedar asfixiado. Así que desde que descubrimos un día que ese champán les hacía echar los gases p’afuera, se fueron enterando  los dueños de los burros, unos por mi y otros por los vecinos, y las ventas se han disparado.
 
Isidoro se quedó boquiabierto por lo que oía y de pronto sin poderlo evitar le entro una risa que no podía parar, a la que se contagió también el  almacenista, pues jamás hubiera adivinado que ésa fuera la razón del incremento en las compras de don Antonio.
 
Al final acabó pensando que al fin y al cabo lo que importaba era la venta de su cava y que había nacido otro tipo de cliente: los burros.
 
Todos los años, después del cierre del ejercicio, generalmente a finales de Enero o principios de Febrero, se celebraba una convención en las oficinas centrales de Barcelona, a la que asistían los Delegados y Promotores de toda España, con el fin de informarles del resultado de la campaña. Era costumbre del Director General cuando acababa su informe, invitar a subir al estrado a quien quisiera dar alguna información o cualquier asunto que creyera interesante. Isidoro, sin pensárselo mucho, subió y relató con todo lujo de detalles esta simpática historia. Fue un éxito total, pues todos le aplaudieron a rabiar y se partían de la risa. Al finalizar el acto el Director General también le felicito al tiempo que le comentaba jocosamente: «Es imprevisible de dónde puede venir un buen cliente».
 
Durante muchos años le estuvieron recordando esta anécdota en las convenciones anuales. Y algunos de más confianza solían decirle: » Cómo andan los burros Isidoro».
 
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