Un Prólogo de don Antonio de Bèthencourt
Pedro González-Sosa //
Guardo de don Antonio el recuerdo y el regalo de una entrañable amistad desde hace ya bastantes años. La coincidencia de los dos en diversos actos culturales -principalmente celebrados en mi Guía natal, a donde acudía gustoso con bastante frecuencia- fue aumentando por mi parte la amistad hacia una persona a quien la Historia le debe mucho; por la suya, no me cabe la menor duda, también. Los encuentros mañaneros en la calle de Triana, de eso hace ya bastantes meses, claro, camino él de la Casa de Colon, sirvieron siempre para cambiar impresiones y también, cómo no, para hacer alguna crítica sobre algo.
El premio recibido e impagable de aquella vieja amistad quedó plasmado en el prólogo que don Antonio escribió para uno de mis libros, el titulado Fundación de las ermitas, capillas y altares de la Parroquia de Guía, que, incluso, se prestó generoso a presentarlo en la Casa de la Cultura guiense.
En el prólogo, generosamente amplio, don Antonio hizo un estudio con pequeños apartados en los que recoge el significado de las ermitas, sus funciones y funcionamiento, y la historia de las mentalidades para finalizar con lo que él describe como variados aspectos de interés del libro que prologaba, afirmando que la abundancia de ermitas tiene una explicación para nuestras Islas bajo el Antiguo Régimen, principalmente por la situación de los medios rurales, en la inmensa mayoría, y que fueron fundadas por personas privadas o comunidades en función de facilitar el pasto espiritual a una población, la inmensa mayoría rural.
Hemos querido emborronar apresuradamente este folio como homenaje a un hombre y a un historiador que acaba de dejar el mundo de los vivos para pasar a la posteridad, porque su memoria y su trabajo quedará en la propia Historia cultural de nuestras Islas. Y, por supuesto, porque aquel prólogo que escribió para uno de nuestros libros constituyó, entonces y mucho más ahora, una de las grandes satisfacciones recibidas.