El poder de la mentira
por Erasmo Quintana
Puede parecer una incongruencia pero la mentira alcanza infinitamente más poder que la verdad, y es que por lo general tendemos a creernos con más facilidad la primera que la segunda. Desde la verdad corre el rumor de algo bueno, positivo sobre fulanito, y ahí se queda, en ya se verá; mientras que si desde presupuestos mentirosos lo que se afirma es por completo negativo, que denigra a la persona, todos lo creen a pies juntillas sin dudarlo. La mentira, además de ser parapeto de los emboscados que rehúyen enfrentarse a la realidad material es un arma poderosa, y aunque diga el refranero aquello de “cantando las verdades se pierden las amistades”, quiero pensar que frente a la mentira prevalece la verdad.
Curioso pero cierto, y por lo ominoso, ahí tenemos el fenómeno Donald Trump. Le han contabilizado en decenas las mentiras que dice en una semana; cuantas más gordas y grandes son más se creen por el gran público. A modo de ejemplo resumido, el ataque terrorista que se inventó en Suecia, a lo que su primer ministro no tardó en contestarle que si estaba fumado cuando dijo esa barbaridad. Y más reciente, la acusación de espionaje a él y su partido por parte del presidente saliente Barack Obama. Lo acusó sin pruebas, y ahora quiere que se ponga en marcha una investigación para ver si tiene o no razón. Como táctica es indudable su eficacia: siembra la duda, que no es poco, al tiempo que neutraliza el escándalo de sus escarceos con el ruso Putin, del que supuestamente recibió una buena ayuda para ganar las elecciones que lo convirtieron en el presidente del país más poderoso del mundo.
Parece que la política es terreno propicio para el ejercicio de la mentira. Una mentira oportuna sembrada por José Manuel Soria sobre la juez Victoria Rosell la incapacitó y dejó fuera de la carrera electoral, truncando así una buena representante canaria en el Parlamento, y tuvo que volver a la Judicatura. Ganancia sustanciosa del popular con una mentira, pues la Justicia al tener sus tiempos, cuando se constató que era todo una falacia las elecciones ya eran historia. Otro ejemplo de suculentos beneficios practicando la mentira la tenemos en Mariano Rajoy. Miente más que habla, le dicen. Pero en él la mentira no suele ser únicamente de palabra, también la practica por escrito. Que se lo digan a quien tanto ha hecho por mantenerlo como presidente, el bien intencionado Albert Rivera, al cual engaña incluso en temas que ha firmado de su puño y letra. Por esto, parece que mentir es rentable para algunos. Como Esperanza Aguirre, manteniendo muy seria que ella nada sabía de la corrupción practicada por todos los suyos en la Comunidad de Madrid. Se dice que la mentira tiene las patas cortas, pero al personaje le da igual. El modo de hacer política de la derecha viene con el sello de las falsedades, y es que saben que a una gran mayoría de ciudadanos les encanta que los engañen.
Se oye a alguien decir alguna vez “es mi verdad.” Cuidado, la verdad no tiene dueño, a nadie pertenece. Si dice que la verdad es suya lo hace desde la subjetividad, pudiendo la parte contraria afirmar lo mismo, igual de válido para uno como para el otro, mientras que la verdad es una sola, aunque su naturaleza sea variada: verdad material, formal, analítica, necesaria, de hecho, de razón, eterna…
Por tanto, es un disparate que alguien afirme “es mi verdad.” Se puede “estar” en la verdad o “con” la verdad, pero jamás decir que es suya, y menos, pongo por caso, arrogarse nadie que es “dueño” de ella, que le pertenece por completo. Sin embargo, la mentira sí puede ser propiedad de todos al estar tirada por los suelos en el arrabal al alcance de cualquiera, muy en especial de todo aquel que se proponga utilizarla como arma arrojadiza para destruir, desprestigiando a una persona, entidad o cosa. Y lo de la posverdad, esa palabreja que apareció de rondón, ¿qué significa?: es una herramienta más en la charca cenagosa de la política que todo lo ensucia y envilece.