La rondalla «Princesa Guayarmina». Mi experiencia

VIVENCIAS DE NUESTRA GENTE NÚMERO 6.- Autor: José Juan Jorge Vega.

Tengo el grandísimo honor de haber pertenecido a esta laureada rondalla,  LA PRINCESA GUAYARMÍNA, más conocida, sobre todo en Guía, como la «Rondalla de Chanito el Practicante», que fue su valedor; hasta el punto que desapareció en cuanto él falleció, afortunadamente ya muy mayor.

Con estas líneas que empiezo a escribir quiero rendir mi más humilde homenaje a esta agrupación, que fue la número uno mientras existió.

Yo tocaba el timple y llegue a la rondalla por medio de su primer timplista Antonio Mireles, que era mi profesor y maestro. Tendría por  entonces unos trece años.

Se ensayaba una vez por semana, creo que los lunes, en uno de los salones del Instituto Laboral de Guia. La Rondalla la formaba un grupo de tocadores, varios cantantes solistas y un cuerpo de baile. Había una conjunción total y muy bien compensada. Yo iba  progresando poco a poco pues pronto fui soltando la mano y todos decían que de todos los alumnos que Antonio Mireles había tenido, entre ellos mi amigo el cantautor guíense Braulio, yo era el que mejor le estaba copiando su peculiar estilo. Esas palabras me animaban a seguir progresando y me sentía orgulloso. En el grupo habían dos timplistas. El primer timple que era Mireles, así le llamaban todos, y el segundo era un señor de San Juan de Guía que no recuerdo con seguridad su nombre pero creo que se llamaba Zoilo. Yo era un aprendiz y como dije alumno de Míreles, que sólo iba a los ensayos, pues aparte de que tres timples eran muchos en ese grupo para una actuación, yo todavía estaba aprendiendo los temas, que eran muchos y que abarcaban todo nuestro folclore.

Al cabo de algún tiempo, unos dos años más tarde, Mireles dejó la Rondalla y quede yo como segundo timplista. El primero, naturalmente, quedo Zoilo. Yo tendría entonces unos quince años e iba progresando como tocador y mi rasgueo seguía mejorando por lo que todo el grupo me trataba con mucho cariño. Además yo era en muchos ensayos el único timplista, pues Zoilo solía faltar con cierta frecuencia. Ya me sabía todos los temas y disfrutaba tocándolos.

El tener dos timplistas en un grupo conlleva el peligro de que se crucen los rasgueos, por eso, o se conjuntan bien, o el segundo timple debe sonar algo más bajo que el primero. Nuestros rasgueos eran muy diferentes pues Zoilo tocaba solo con el dedo índice y yo con toda la mano al estilo de Mireles. Motivo por el cual me tocaba a mí como segundo tocar más bajo que él. Pero uno de los motivos de tener dos timples en un grupo es por precaución por si en algún momento falla uno, pues un grupo folclórico no puede estar sin el sonido de este instrumento.

Recuerdo que estaba como cantante solista una chica que tenía una voz prodigiosa. Se llamada Lorenza Delgado. La llegaron a invitar a grabar y hacerse profesional cantando otro tipo de canción, pero ella no lo aceptó, pues para ello se tenía que desplazar, creo, que a Barcelona. Algo más tarde se incorporó otra solista que era familia de Chanito y me parece que se llamaba Delia. Las dos eran muy guapas. Como solista masculino teníamos al gran Juan Quintana «El Claca». De lo mejor de la época. También estaba Chano el «colorao» que además de bailar también cantaba muy bien.

El Claca tenía buenos chascarrillos. Les voy a contar dos:

1ª).- En una de las veces que fue al programa Tenderete de TVE  que dirigía y presentaba Fernando Díaz Cutíllas, Nanino, cuando le estaba entrevistando le pregunta que cuantos años tenía, a lo que Juan muy serio le contesta que tenía 80 años. Nanino se le queda mirando y le dice: Claca eso es imposible, tú no puedes tener más de 40 años. A lo que le contesta Juan con media sonrisa: Si, pero es que yo he vivido el doble, de noche y de día. Nanino y el público presente se partieron a reír.

2ª).- Esta otra la viví yo. Ocurrió unos cuantos años antes de morirse Juan, que por casualidad coincidimos en el día de Las Marías en un bar de Guia. Estaba él, Pepe el «Pario» que tocaba el requinto, otro, cuyo nombre no recuerdo, que tocaba la guitarra y me incorporo yo con el timple. Vamos, la parranda completa. Nos saludamos y nos echamos unos piscos, pues tanto Juan el Claca como Pepe el Parío habíamos sido compañeros en la rondalla, y en un momento dado le digo a Juan: Coño Juan te veo siempre igual es que no vas a envejecer nunca?. Y me contesta: Como voy a envejecer Pepe si yo nunca he dado un palo al agua. Quiso decir que no había trabajado nunca. Y era cierto, pero nadie se explicaba cómo podía vivir sin trabajar, pues siempre se le veía bien vestido y por su aspecto bien alimentado.

En el cuerpo de baile habían varias chicas jovencitas como yo y muy guapas, y pronto hicimos buena amistad.

El resto de los componentes del grupo lo completaban tres púas, dos de ellos muy buenos, Pepe «El Parío» y Antonio «el bandurria» y otro de un nivel algo inferior conocido por Perico el barbero. Luego teníamos tres guitarras de un grandísimo nivel, Daniel, Obdulio y Memo. El pandero lo tocaba un hijo de Antonio «el bandurria», que era una niño de once o doce años y lo tocaba bastante bien y los timplistas ya nombrados. Es probable que hubiera alguno más pero se me han olvidado. De los bailadores recuerdo a Juan, que dirigía, a Chano el «colorao», y a Nena, Rosa y Tere, que eran hermanas. Si mal no recuerdo eran seis parejas de baile. Que me disculpen los otros por no recordar sus nombres.

Eran muchas actuaciones las que hacíamos durante el año. Una de las más importantes era a la que íbamos todos los años en el Parque de San Telmo por las fiestas fundacionales de Las Palmas de Gran Canaria. Era un concurso con unos buenos premios para las tres primeras Rondallas clasificadas que seleccionaba un jurado nombrado a tal efecto y, lógicamente, muy entendidos en el folclore. Se tenía muy en cuenta a efectos de la clasificación la calidad musical, la vestimenta y la forma de bailar. A este certamen acudían las mejores rondallas de las islas. De Gran Canaria estaban la nuestra, la Princesa Guayarmina; la Roque Nublo; la San Cristóbal y la de Coros y Danzas de Ingenio. También venían algunas de otras Islas. Casi todos los años el primer premio lo ganaba La Princesa Guayarmina, así que terminaron por invitarnos cobrando como una actuación sin participar en el concurso, pues ello desanimaba a otras agrupaciones a participar. Así de grande era el nivel que tenía nuestra agrupación. También era muy valorado  la vestimenta, sobre todo del cuerpo de baile.

Entre tantas actuaciones puedo destacar algunas como, en el teatro Pérez Galdós, en el Pueblo Canario, en La Aldea de San Nicolas, en la romería de la Virgen Del Pino en Teror, y en Guía naturalmente, etc. Recuerdo que cuando fuimos a la Aldea en una guagua grande, todos íbamos con bastante miedo porque la carretera era muy estrecha y estaba aún sin asfaltar. Hasta tal punto era peligrosa que para cruzarse dos vehículos grandes se tenían que esperar en ciertos sitios porque en todas partes no cabían los dos. Y si encima el trayecto de vuelta lo hacíamos de noche, pues más miedo nos daba.

Hay una anécdota que quiero contar de una actuación en El Pueblo Canario. Mi timple era muy duro de tocar aunque no tenía mal sonido. Lo había conseguido cambiándolo por un par de palomas ladronas. Bien, pues llevábamos ya tocando un buen rato y tenía los dedos ya algo «escaldados» por la dureza de las cuerdas, cuando de pronto siento una suavidad, un frescor y una ligereza en mis dedos de la mano derecha que se me deslizaban por las cuerdas sin ningún esfuerzo. Mi sorpresa fue cuando me miro los dedos, y veo que un mirlo se había hecho caca y me había caído justo encima de mis dedos y las cuerdas del timple. Así tuve que seguir hasta el final de la actuación. Luego todos se rieron por la puntería del dichoso pájaro, pues estábamos tocando debajo de unas palmeras.

Era costumbre de Chanito que en el primer ensayo después de una actuación repartiera todo el dinero que se cobraba a partes iguales, tanto cantadores como tocadores y bailadores. Èl no se quedaba ni con una peseta. El primer sobre que me dio fue después de irse Mireles y pasar yo a ser el segundo timplista. Me quede sorprendido y agradecido. Fue el primer dinero que ganaba en mi vida y se lo di integró a mi madre.

Otra actuación muy divertida y que a todos nos apetecía hacer era en el Pinar de Tamadaba, en la casa de don José Samsó. Nos invitaba todos los años a comernos un sancocho. Lo pasábamos muy bien.

Recuerdo dos años sobre todo:

Uno porque Chanito se cayó de la guagua, al coger esta una curva y no se mató de milagro. Iba sentado en una silla porque no habían más asientos y no dejo que fuéramos en la silla uno de los más jóvenes, yo recuerdo que me ofrecí, pero él quiso ser el sacrificado. Eran aquellas guaguas que no llevaban puerta en lo que era la entrada y salida de pasajeros y al coger una curva muy pronunciada la silla se viró y salió Chanito por la puerta yendo a parar a la carretera. Afortunadamente solo recibió unos rasguños, pero nos llevamos todos un enorme susto.

Y otro año porque con las prisas en vestirme para ir a coger la guagua que nos llevaría a Tamadaba, y al ser a una hora muy temprana y aún medio dormido, en vez de ponerme mis zapatos me puse unos de mi hermano que eran iguales a los míos pero un número menos y aunque al principio no lo note, a medida que fue transcurriendo el día estaba que apenas podía andar por las llagas que se me fueron formando.

Si no me falla la memoria, también en esta actuación cobrábamos, pues además de invitarnos al sancocho y a la bebida que quisiéramos, el principal motivo era amenizar la comida a todos los ilustres invitados de don José Samsó, que, dicho sea de paso, eran la flor y nata de la isla. De todas formas, el recuerdo que me queda es que lo pasábamos muy bien.

No recuerdo por que conducto, creo que por el Cabildo Insular de Gran Canaria, le llega a Chanito una invitación para ir a la península por unos quince días para actuar en varias ciudades, unas concursando y otras como simple actuación. Todo ello con los gastos pagados y además el premio de los concursos si los ganábamos, como así sucedió, y lo que se cobrara por actuaciones era a repartir. Aunque para mí, sinceramente, el dinero era lo de menos.

Mi desilusión llegó cuando Chanito me explicó, diez o doce días antes de la partida, que se haría en barco hasta Cádiz, que sentía mucho tener que prescindir de mi pero que el presupuesto era muy corto y que sólo podía llevar a un timplista y claro se veía obligado a llevar a Zoilo porque era el primer timple y con mucha más experiencia y antigüedad en la Rondalla. Ante él aguante el tipo diciéndole que no se preocupara por mi que lo entendía. Luego, solo en casa, llore de rabia y de desilusión, pues me había hecho a la idea de ir desde que lo anunció en un ensayo, e incluso ya tenía el permiso de mis padres. Yo tendría entonces unos dieciséis años y nunca había salido de la isla, por lo que tenía mucha ilusión de ir a la península.

Explico este hecho, sin hacer más comentarios, porque a partir de ese momento, me fui distanciando de la Rondalla y no volví más pese a que me invitaban, tanto Chanito como algunos otros componentes, a que volviera. Las chicas del cuerpo de baile, Rosa y Tere, que al ser del pueblo las veía con frecuencia me decían que era una injusticia pero que Chanito decía que incluso el tuvo que poner dinero de su bolsillo pues el presupuesto que le dieron era muy corto y que sólo podía llevar a un número limitado de personas. También creo que tampoco fue algún miembro del cuerpo de baile. Yo lo entendí y comprendí perfectamente la postura de Chanito, pero no volví más a La Rondalla. Más tarde, a los 18 años, me fui a hacer la mili voluntario y termine olvidando la que fue mi primera etapa musical, pues a esta le siguieron varias etapas más.

Años más tarde me enrole en Los Gofiones, pero eso es otra historia.

Sólo añadir que después de mi larga trayectoria musical, he llegado a la conclusión de que no he conocido a nadie que rasgueara tan bien el timple como Antonio Mireles. Tenia unos dedos larguísimos y parecía que cuando tocaba todos eran independientes uno del otro. Fue todo un privilegio haberle tenido como profesor y haberle podido imitar sino al ciento por ciento si en un grado medio alto. Vaya mi reconocimiento y admiración desde aquí.

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