Entrevista a José Fernando Moreno Molina
Guiense e historiador que propuso la declaración del casco como Conjunto Histórico y Artístico
Esta es la primera de una serie de entrevistas o conversaciones que hemos mantenido con personas que han tenido una relación directa con el casco histórico de Guía, bien por cuestiones profesionales o bien por cuestiones simplemente vitales. Me apetece escuchar a quienes tienen tanto que decir sobre un espacio tan singular y que siempre me ha resultado muy sensible al olvido. Todos tenemos la certeza de que el casco histórico se encuentra en uno de los momentos más trascendentales y delicados de su historia. Evidentemente, la palabra escrita y la conversación no son la solución a los retos a los que debe enfrentarse el casco, pero sí puede ser el comienzo de una reflexión conjunta que nos permita esbozar un horizonte hacia el que dirigirnos.
Quise comenzar estas entrevistas con José Fernando Moreno Molina, una de las personas que mejor conocen la historia y los valores artísticos y arquitectónicos que aún conserva la ciudad de Guía.
¿Por qué estudiaste Historia?
Desde el colegio supe diferenciar que había unas asignaturas de letras y otras de ciencias. Y ya en el colegio prefería las letras, especialmente la Lengua. En el instituto, me encantaba la Literatura; la Historia, sí, también, pero el estudio de dinastías, guerras y otros conflictos no me resultaba tan atractivo. En los últimos cursos del instituto comenzó a gustarme la Historia del Arte y me percaté que de la Literatura lo que más me apasionaba era la ambientación. Entonces lo tuve clarísimo: lo mío era la Historia. Fue en los últimos años del instituto cuando, digamos, vi la luz: a mí lo que realmente me gustaba era la historia del arte.
¿En qué universidad estudiaste?
En La Laguna. Era lo más cercano que teníamos entonces.
Una vez terminas los estudios universitarios, ¿a qué te dedicas? ¿A la docencia?
Sí. También desde el Instituto supe que me gustaba dar clases. Veía a los profesores impartiendo clases y sentía que yo quería dedicarme profesionalmente a la docencia. También con las amistades, sin darme cuenta, ya tenía actitud de profesor: si estábamos en grupo, mientras muchos estaban sentados y hablábamos de cualquier tema, yo siempre permenecía y hablaba de pie de esto y de lo otro. Así empecé a sentir que mi salida profesional era la docencia.
En el año 1982 el Ministerio de Cultura declara a la ciudad de Guía Bien de Interés Cultural con la categoría de Conjunto Histórico Artístico. ¿Tuviste algo que ver en esta declaración?
Sí. Bastante. Como anteriormente te dije, estudié Historia y me especialicé en Historia del Arte. Estando en cuarto de carrera, vinimos a Gran Canaria, en visita de estudios, la promoción entera. Estuvimos en ocho municipios y uno fue Guía. Todos los profesores coincidieron en que Guía tenía valores, tanto por su estructura urbana como por la calidad de su arquitectura, para ser considerada Conjunto Histórico Artístico. Aquella idea que ya anidaba en mi cabeza y en mi corazón, estos profesores la reafirmaron. Impulsado por el respaldo académico, visito en 1979 el Ayuntamiento acompañado por mi padre, que entonces trabajaba allí, y les planteo la posibilidad de solicitar la declaración de Bien de Interés Cultural para el casco de Guía.
¿Y quién te recibió?
Tuvimos una reunión con José Carlos González Ruiz, que entonces era el alcalde, y con Miguel Gordillo Díaz que era el concejal de Cultura. Allí me propusieron que hiciera una primera valoración de qué casas merecerían ser conservadas y cuáles no. Y lo hice. Fue en el verano de ese mismo año. Y de noche, porque así disfrutaba de más tranquilidad. Incluí muchas viviendas. De hecho, pensé que cuantas más, mejor, pero al final muchas de las casas propuestas fueron desestimadas.
Vaya sorpresa. Siempre había pensado que la declaración de BIC del Conjunto Histórico había nacido de una iniciativa política, no ciudadana. ¿Cómo siguió el trámite para su declaración final?
Un par de años después, en 1981, el templo parroquial acababa de ser declarado Monumento Histórico Artístico, y el mismo concejal de Cultura, Miguel Gordillo, me transmitió la intención del ayuntamiento de solicitar la declaración de Conjunto Histórico para el casco de Guía. En una reunión posterior me indicó que la propuesta se limitaría a las inmediaciones de la Iglesia. Yo le planteé la posibilidad real de llevar el perímetro hasta San Roque, pero entonces me comentó que se había previsto la construcción de nuevos edificios modernos en el barrio y temían que la declaración de BIC paralizara la necesaria construcción de los mismos. Hubo una negociación y al final conseguimos que se propusiera un perímetro de protección que desde la entrada a Guía llegara hasta el Callejón de León. Estuvimos trabajando el verano y el otoño de ese año. Luego se presentó toda la documentación que exigía entonces la Dirección general de Bellas Artes y en el verano siguiente se publicó en el Boletín Oficial del Estado la declaración oficial del casco de Guía como BIC con la categoría de Conjunto Histórico Artístico Nacional.
¿Qué supuso el reconocimiento de Guía como BIC? ¿Generó expectativas y controversias?
Todavía entonces, en el año 82, el terreno estaba muy poco abonado para mentalizar a los ciudadanos y políticos, a la sociedad en general, de lo que suponía la conservación de este enorme patrimonio. No somos Florencia, evidentemente, pero es lo que tenemos y lo que debemos proteger. Algunos gobernantes locales e insulares no tenían las ideas claras sobre qué suponía la conservación y restauración. Por ejemplo, mucho de ellos más que cuidar los valores tradicionales recurrían a la introducción en el casco de lo pintoresco.
¿Y tú qué esperabas que significara la declaración del casco como Conjunto Histórico?
Yo esperaba que no solo fuera la solución definitiva para evitar la demolición de edificios con valores históricos y arquitectónicos sino también que fuera un revulsivo para que la propia gente de Guía empezara a mentalizarse del enorme valor patrimonial que atesoraba el lugar en el que vivían. De hecho, muchas personas, a raíz de la declaración, se me acercaban y me decían sorprendidos lo bonito que les resultaba el lugar en el que habían vivido desde que nacieron. Este proceso de descubrimiento fue lento pero efectivo. También hubo personas, especialmente comerciantes, que me paraban en la calle para reprocharme enérgicamente el hecho de que no pudiesen realizar obras, como colocar carteles en su comercio, por culpa mía. La misma administración tuvo que cumplir con lo reglamentado y no lo hacía. Por ejemplo, recuerdo una conversación que tuve con un alcalde que acababa de ser nombrado en la que le advertí la necesidad de conservar los adoquines. Me aseguró que no tenía por qué preocuparme, que todo se haría correctamente. Sin embargo, bastaron unos pocos días para comprobar que nada había cambiado y que todo seguía haciéndose igual de mal, es decir, levantando los adoquines para obras y sustituyéndolos luego por cemento u hormigón, o recolocándolos en el peor de los casos, en la calzada sin criterio alguno.
¿Qué retos tiene que afrontar el casco?
Lo ideal sería mantener lo más fiel posible al estilo original de los edificios. Es una utopía, pero debe ser el horizonte hacia el que mirar. Pueden tirarse casas para edificarse nuevas, pero estas nuevas construcciones deben seguir los principales valores que encierra el casco. Que estudien el antiguo lenguaje arquitectónico y lo reproduzcan en lo nuevo. Lo fundamental también es darle vida al casco porque se nos muere. Hay estrategias para hacer atractivo este espacio a los comercios. El ayuntamiento debería tener en cuenta estas cuestiones. También, se me ocurre, podría aprovecharse para el rodaje de exteriores e interiores de películas, videoclips, etcétera. Valores hay, sin duda. Solo falta saberlos explotar.
Dentro de la gestión de los conjuntos históricos, digamos que hay dos tendencias o corrientes que apuestan por dos modelos si no antagónicos, sí bastante diferentes. Una es conservacionista, que se inclina por la conservación íntegra de sus valores sin irrupción de nuevos lenguajes ni estilos y otra más aperturista que sí aboga, en cambio, por abrir los conjuntos históricos a las nuevas tendencias urbanísticas y arquitectónicas con la finalidad de enriquecer estos espacios tan singulares además de conservarlos. ¿En cuál de ellas te sitúas?
Es un debate interesante. El inmovilismo a ultranza no es recomendable. Somos personas del momento histórico que nos toca vivir. Sin duda. Pero hay que reconocer que el siglo XX produjo cambios que fueron apareciendo como movimientos uniformemente acelerados, por hablar en términos más propios de la física. No hay más que ver las fotos antiguas de un paisaje y compararla con la imagen actual. El siglo XX fue tan brutal que pienso que lo anterior, lo característico del antiguo régimen histórico, debería cuidarse mucho más ya que aquí tenemos un buen exponente de un momento histórico, debemos conservarlo. Otros espacios fuera del casco, basta bajar un poco hacia Las Huertas, pueden asumir las nuevas vanguardias. El casco histórico, no.
¿Cuál crees que fue el verdadero motivo que permitió la conservación del casco?
La pasividad de sus habitantes. Lo que no pasó en la vecina Gáldar, por ejemplo. Sabemos que a mediados de los 50 y especialmente de los 60 el motor de la economía de la comarca pasó a Gáldar. Eso se tradujo en un abandono paulatino de los viviendas en el conjunto de Guía y en un envejecimiento lento de la población que habita en el mismo. Curiosamente, esa pérdida de interés de este espacio fue el que lo salvó de una transformación que hubiese resultado irreparable. Como ves, tampoco el mérito es nuestro.
¿Crees que la creación de nuevos espacios colidantes al casco ha resultado negativo para el conjunto histórico?
Por supuesto. La expansión de Guía le ha hecho un daño importante al Casco Histórico. Le ha restado importancia a este espacio. Sin duda. Lejos de comportarse como espacios complementarios, los nuevos espacios surgidos del crecimiento de la ciudad le han restado importancia y protagonismo a la ciudad histórica, incluso hasta en la celebración de eventos que tradicionalmente se realizaban aquí.
¿Por ejemplo?
Se me ocurre San Roque. Es probable que este barrio sea el más afectado. Muchas fiestas tradicionales han dejado de pasar por aquí: Semana Santa, Carnaval o la misma Fiesta de la Virgen. Se dinamiza mucho más la zona moderna que la histórica o tradicional. La parte baja del casco, por ser limítrofe con la nueva ciudad, acapara buena parte de los actos tradicionales.
Otro ejemplo sintomático de olvido es el 16 de agosto. Ese día nunca fue la Fiesta de San Roque sino el día de San Roque, dentro del marco de las fiestas de la Virgen. La verdadera Fiesta del santo compatrono la hacían sus vecinos a finales del mes de agosto con motivo del final de la novena que se realizaba en la ermita. De jueves a domingo se realizaban una serie de actos festivos y populares. Esa sí era la fiesta de San Roque, no la actual. El 16 de agosto era la continuación de la fiesta del Día de la Virgen que coincidía con el día del “segundo de a bordo” en cuanto a patronazgo, pero siempre dentro del marco de las Fiestas de la Virgen. Ahora, en el programa de las fiestas aparece como Festividad del Santo Compatrono San Roque. Es un error que se repite año tras año. La denominación correcta es Día de San Roque. Así de simple. Igual que el 15 de agosto, que siempre fue el Día de la Virgen.
¿Cuál es el espacio o el rincón del casco que más te gusta?
Salvando las diferencias, es como si me preguntaras a quién prefieres, si a tu madre o a tu padre. Pero te confieso que me gustan mucho sus callejones.
¿Algún elemento arquitectónico en particular?
Sí, el Mirador. Si lo contemplas desde lejos es inevitable preguntarte dónde hay un elemento de estas características en la isla. Es cierto que hay otros miradores, pero como este, emplazado en el mismo corazón del casco, no. El mirador, y a pesar de que no es tan antiguo, es único.
Para terminar, Jose Fernando, me gustaría que me dijeras algún recuerdo bonito que tengas del casco, de la ciudad histórica y un deseo.
¿Un recuerdo, me pides? Pues jugar a policías y ladrones teniendo por límite el pueblo en sí. El deseo es que el pueblo se mentalice y que se implique en la conservación del casco, pero en una conservación de verdad. No es labor exclusiva de la administración. Hace unos pocos años, aún no llegan a diez, hubo un soplo de esperanza. Muy cerca del mirador se iba a levantar un edificio de tres plantas que iba a romper la armonía del conjunto y un movimiento ciudadano lo impidió. Estéticamente lo que se construyó no es acertado, pero se evitó el levantamiento del tercer piso. Eso también pone en evidencia que hay mucho camino que recorrer. Igualmente, deseo que se pare el abandono de edificios históricos y singulares como por ejemplo, la ermita de San Sebastián. Se restauró con dinero público para luego tenerla cerrada incomprensiblemente y sin solución aparente de apertura. Es una pena.