Historias del club de mi barrio

VIVENCIAS DE NUESTRA GENTE NÚMERO 24

por José Juan Jorge Vega

Cuando me fui a trabajar a Las Palmas capital en el año 1.967, seguí viviendo en Guía, en San Roque, pero al cabo de unos dos años me fui a vivir a un piso que compramos en la Urbanización Los Ruiseñores de Miller Bajo residencial, en Las Palmas de Gran Canaria. Este barrio tiene sabor a pueblo, pues la mayor parte de sus habitantes proceden de los campos de nuestra isla.

A los pocos años de vivir allí, una serie de vecinos-amigos y yo mismo fundamos un Club Social que se llamó: «Asociación Cultural y Recreativa Los Ruiseñores». Este Club, como todos lo llamábamos, se mantuvo vivo durante treinta y un años y aunque no voy a contar su historia, si les voy a relatar unas cuantas anécdotas muy graciosas, ocurridas en el seno de dicha Asociación a lo largo de sus años.

1.- MIGUEL Y CUBAS. AMENAZA Y COPAS GRATIS.-

Los protagonistas de esta anécdota eran dos socios del club que se llamaban Miguel y Cubas. Se los presento:

Miguel era una persona entrañable. Vivió durante varios años en mi mismo edificio con su esposa Toñy y su pequeño hijo. Yo y mi mujer les llegamos a tener mucho afecto. Fue una pena que se enviciara tanto con la bebida pues su mujer termino separándose de el y falleció unos años más tarde a causa del alcohol. Creo que nunca pudo superar la separación de su mujer pues seguía muy enamorado de ella.

Cubas era un hombrote, más bien bajo y de piernas abiertas pero fuerte como un toro y tan bruto como él. Siempre  llevaba  puesto  el  cachorro  y  al

cinto su cuchillo canario. También se distinguía por su enorme bigote enroscado hacia arriba por los extremos. Era un hombre que causaba respeto. Yo creo que tendría entonces en torno a los sesenta años y trabajaba de vigilante en una obra muy grande que se estaba construyendo en el barrio justo frente de nuestro Club. El procedía de Artenara en dónde tenia su casa que habitaba con su mujer. Pero lo cierto es que el hombre iba poco para el pueblo, pues tenía que cumplir con su trabajo de vigilante nocturno de la obra todas las noches ya que, al parecer, no tenía ningún día libre a la semana. El  vivía muy bien en una habitación que le habían dejado en la propia obra y tenia todas sus necesidades cubiertas, incluso las de tipo sexual pues se decía que se estaba tirando a una señora del lugar, que era también de su edad, viuda y también vivía sola.

La mujer de Cubas venía a verle todos los Domingos. Llegaba en el primer coche de hora y se iba por la tarde en el último que salía para su pueblo. Le  traía ropa limpia y se llevaba la sucia. Era muy habitual verle los Domingos, a eso del mediodía, con su esposa en el bar del Club tomando él su whisky y ella un refresco y aquí es donde entran las bromas y perrerías que Miguel le gastaba.

Miguel se ponía en el mostrador al lado de Cubas y le decía al oído: «Si no me invitas a un whisky le digo a tu mujer que te estás tirando a la Carmen, (nombre ficticio por razones obvias). Cuba se le quedaba mirando con cara de muy mala leche y le decía a Pepe, el cantinero, «Pepe ponle un whisky a Miguel me cago en ….D….». Total que Miguel se cogía ese día la media chispa a costa de Cubas y, claro, como previamente nos decía al grupo de amigos que le iba a levantar dos o tres whiskys a Cubas, nosotros nos partíamos de la risa al ver la estrategia de Miguel y la cara que Cubas ponía. Miguel «el cable» como le apodaban cariñosamente y que el admitía sin problemas, porque trabajaba en una tienda de suministros eléctricos, era un rebenque simpático de mucho cuidado.

Es justo decir que a pesar de las bromas que Miguel le gastaba a Cubas se llevaban muy bien y Cubas le tenía mucho aprecio pues la verdad es que Miguel le caía bien a todo el mundo. También Miguel le llevó alguna que otra vez por el barrio de la Isleta a visitar a alguna «parienta» y todo eso Cubas se lo agradecía, pues el conocía muy poco de la ciudad ya que prácticamente no salía de la zona de Miller Bajo.

2.- MIGUEL, CUBAS, EL ENANO Y LA MAQUINA TRAGAPERRAS.-

Esta otra anécdota me la contó Miguel, pues yo no estaba presente en esta ocasión.  Era un sábado  por la noche a principios de mes y, por lo que me dijo, Cubas llevaba jugando, al tiempo que se echaba sus whiskys, varias horas en la máquina tragaperras que Antonio «el enano» tenía en su pequeño bar y por lo visto ya se había gastado medio sueldo, pues además de que le gustaba el juego de esas máquinas ya estaba pasado de copas y se había emperrado con la dichosa tragaperras.

Cuando llega Miguel al bar lo encuentra con una calentura de muy señor mío, pues él quería seguir jugando a ver si recuperaba aunque fuera parte de lo perdido pero Antonio «el enano» quería cerrar pues ya era un poco tarde. A Miguel no se le ocurre otra cosa que decirle: » El no va a cerrar, ahora se queda el solo aquí dentro y saca el premio grande y se mama todas las perras que tú te has gastado». Cubas se queda pensativo unos segundos y luego dice: «Y que coño puedo hacer yo Miguel, me cago en …..D». Miguel le contesta: «Si yo fuera tú me llevaba la máquina p’a la obra y se la devolvía mañana».

Cuando llegó la policía municipal ya Cubas iba arrastrando la máquina por la puerta para afuera. Lógicamente cuando Antonio vio a Cubas desenchufar la máquina y empezar  a arrastrarla camino a la puerta llamó a la policía que en pocos minutos llegaron pues debieron estar patrullando por la zona. Miguel desde que los vio se acerco al coche y hablo con ellos y les explico lo que pasaba y los dos policías se partieron de la risa. También Miguel les dijo que no había ningún problema que él lo arreglaba. No obstante los dos Policías Municipales, atendiendo la solicitud del dueño del bar, se bajaron del coche, ya muy serios, y les dijeron a Cubas y a Antonio que esa máquina no se tocaba hasta que Cubas llegara por la mañana a las nueve que era la hora de abrir Antonio y si lo deseaba en ese momento que siguiera jugando. Cubas era muy respetuoso con la policía y Miguel se lo llevo sin causar ningún problema. Era muy bruto pero Miguel lo manejaba a su antojo. No se cómo se las arreglaba. Yo temía que un día con las copas le sacará el cuchillo pero Miguel sabía hasta donde podía llegar.

Cubas desapareció de la zona en cuanto la obra acabo, que duró  unos cinco o seis años pues se construyeron varios edificios.

 

3.- MANOLO DIAZ Y LA PUERTA DEL BAR DE PINITO.-

Por aquella época, como yo no trabajaba los sábados y mi mujer si, no le importaba que yo llegara tarde a casa los viernes por la noche porque sabia que generalmente estaba en el club jugando la partida con los amigos y tomando unas cervezas y porque además me pasaba toda la semana trabajando diez u once horas diarias entre mi trabajo y nuestra tienda.

Casi siempre, después de las partidas de zánga o de algún envite cuando se terciaba, unos cuantos amigos nos íbamos a tomar la última copa y a comer algo a «Casa Pinito» y generalmente siempre éramos los mismos, y algún otro que siempre se arrimaba a nosotros, como por ejemplo Vicente Casas o «Vicente el guardia» como a él le gustaba que le llamaran. El motivo principal de ir a «Casa Pinito» era su carne de cabra que la hacía riquísima y además también los precios eran bastante económicos. Este bar estaba situado después de pasar a la altura del cementerio San Lázaro y antes de la entrada del barrio «La Cruz del Ovejero», por lo que teníamos que ir en coche.

Recuerdo uno de esos viernes en que Manolo Díaz estaba tratando de «simpatizar» con  Pinito, pues ya  se metía dentro de la barra y  se  ponían a conversar. Cuando Pinito, una mujerona algo gruesa, muy colorada y de aspecto inocentona se disponía a cerrar la puerta para que no entrara nadie más pues ya era muy tarde, Manolo se ofreció para cerrarla. Esta era de hierro y muy alta, como las de un garaje para camiones que yo creo que fueron sus orígenes, y que había que desplazar en un rail también de hierro de un lado hacia otro, vamos como de corredera. Manolo era entonces un hombre mas bien alto y corpulento y, mientras todos le mirábamos, incluso Pinito pues su marido no estaba en ese momento, Manolo se dirige a la puerta muy resuelto y seguro de sí mismo, casi se contoneaba y sin más le pego el hombro a la puerta y empujo con rabia y ésta ni se movió. Volvió a intentarlo con toda su fuerza y no  había  manera  de  que la dichosa puerta se moviera ni un jodido centímetro. Al tercer e inútil intento Manolo se volvió para nuestra mesa abriendo los brazos en señal de impotencia. Sin levantar la cabeza y rojo como un tomate por él ridículo que había hecho, se vino a sentarse a la mesa, mientras nosotros nos descojonábamos de la risa.

Cuando llegó el marido de Pinito, que era un hombre bastante alto, muy delgado y de amplio bigote, que había llegado después del intento de Manolo del cierre de la puerta, su mujer le cuenta lo sucedido y antes de ir él a cerrarla decide dejar pasar un buen rato para que Manolo no se sintiera ofendido, pues ellos tenían muy en cuenta que Manolo, don Manuel como lógicamente le llamaban, era uno de los buenos clientes habituales del bar. El remate final de la faena llega cuando, después de esperar unos diez minutos más o menos, se va el hombre derecho a la jodida puerta y como casi sin esforzarse la cierra con una sola mano, con una facilidad que ofendía.

A decir que Manolo Díaz era un tío fantástico y cochondísimo y todos, incluso él, nos reíamos de la anécdota a cada momento. Yo le apreciaba muchísimo y creo que él a mi también.

 

4.- VICENTE Y EL PAGO A PINITO.-

Esta anécdota también ocurrió en el bar de Pinito uno de esos viernes en que nos reuníamos siete u ocho amigos, casi todos habituales, y nos íbamos a comer un cacho de carne de cabra y a tomar unas copas. Ese viernes también fue Vicente Casas que ya Pinito lo conocía de verlo otras veces con nosotros.  A  aclarar  que  la  cuenta   siempre  se  pagaba  a  partes  iguales,

dividiéndola entre todos. Bueno, pues cuando todos habíamos quedado satisfechos con las copas y la carne de cabra, eran ya  más  de  las dos de la madrugada, le pedimos la cuenta a Pinito. Cuando la trajo, creo que eran en torno a las mil pesetas, pues esa noche éramos unas diez o doce personas, Vicente le dijo a Pinito que sí no le importaba que recogiera todo el dinero  y que él le pagaba el total de la cuenta con un cheque y así al día siguiente, sábado, no tenía que ir al banco porque quería ir para el sur tempranito, aprovechando que ese fin de semana no estaba de guardia, pues tenia en el camping de Tauro una caravana y le gustaba pasarse allí con su familia los fines de semana. Hay que aclarar que ya Vicente se había ocupado de que Pinito y su marido supieran que era policía municipal. Pinito, como es lógico en este caso, pues el solo hecho de ser policía era signo de honradez y seriedad, le dijo que por parte de ella no había ningún problema y que ingresaría el cheque el próximo  lunes. Así que Vicente recogió el dinero que ya se había reunido encima de la mesa y extendió el cheque por el total de la cuenta dejando incluso una buena propina que Pinito naturalmente agradeció y valoró como un signo más de solvencia y de agradecimiento.

El viernes siguiente, como hacíamos habitualmente, fuimos los mismos de siempre, con excepción de Vicente que no lo habíamos visto desde el viernes anterior, a «Casa Pinito» y nuestra gran sorpresa llegó cuando Pinito nos dijo nada mas entrar que el cheque que le había dado Vicente fue devuelto por el banco por falta de fondos. La pobre Pinito por mucho que lo intentó no lo llegó a cobrar nunca y eso que estuvo hasta en el cuartel de la policía preguntando por el; nos dio mucha pena pero aunque queríamos hablar con Vicente del asunto, este desapareció durante meses. Han de tener en cuenta que estamos hablando de los años ochenta cuando mil pesetas era dinero. Claro que luego nos enteramos por otros compañeros de Vicente, de que era un aficionado a los juegos de las máquinas tragaperras y que se gastaba casi todo el sueldo de esa manera.

 

5.- LOS CIEGOS DE JOSE LUIS LÓPEZ.-

José Luis López  era un socio  de  los  más  antiguos  y habituales del  Club pues  le  gustaba jugar al dominó y echarse un par de whisky casi todos los días que su trabajo en el Aeropuerto se lo permitía. Esta anécdota ocurrió un viernes por la noche.

A Antonio Quintana Peralta, otro socio amigo, le gustaba más hacer una perrería que a un tonto una tiza, como se suele decir. Ese viernes a eso de las nueve de la noche cuando yo me disponía a entrar en el Club, me dice por lo bajó: Jorge cuando yo te pregunte sí sabes que número salió de los ciegos tu dices que el 4788, (que coincidía con el de los dos cupones de ciegos de José Luis López y que Peralta le había visto por casualidad y de reojo). Bien pues entro en el Club, saludo a los amigos, (yo entonces solo iba los fines de semana porque los demás días acababa  tarde  de trabajar  en  nuestra tienda), y le pido a Pepe el cantinero una cerveza y una tapa. Nunca he podido beber sin comer algo.

Antes de proseguir hay que aclarar que Peralta, así es como todos le conocíamos y llamábamos, era un hombre muy serio y que todos respetaban, y creo, modestamente, que yo también estaba a la misma altura, pues no hay mejor forma de que todos te respeten que haciendo tu lo propio con los demás, y los dos éramos de ese talante. Él también solo iba al Club los fines de semana, generalmente los viernes por la noche y los sábados al mediodía.

Siguiendo con la anécdota, cuando ya estaba con mi segunda cerveza, me pregunta Peralta si sabía el número que había salido de los ciegos. Y claro le dije el número que el me había soplado y seguí con mi cerveza sin darle importancia y sin que nadie más me preguntara. Sé que Peralta hizo algún comentario, para justificar su pregunta, como que no había acertado ningún número o algo parecido. Recuerdo que en ese momento además de Peralta, López y yo, estaban los de casi siempre en un fin de semana que era cuando más socios se reunían en el Club.

De buenas a primeras, al cabo de un buen rato desde que Peralta me preguntara el numero de los ciegos, le dice José Luis López a Pepe el cantinero que nos pusiera una ronda a todos los que estábamos allí porque se había ganado los ciegos. A mi, sinceramente, me entró un remordimiento de conciencia que estuve a punto de decirle la verdad, pero ya no podía volverme atrás después de mirar a Peralta que me miraba con aquella media sonrisa, pues los demás no sabían nada de la broma que le estábamos gastando. Total que José Luis López nos invito a un par de rondas y luego se marchó.

Es preciso aclarar que la bebida y las tapas en el Club eran bastante más baratas  que  en  cualquier  bar, y  que  la  Junta  Directiva exigía teniendo encuenta que la cantina no pagaba impuestos ni luz ni agua. Y aún así, con esos precios, era un buen negocio.

Lógicamente cuando se fue José Luis López, le contamos a los demás la dichosa broma y todos nos reímos de la ocurrencia de Peralta.

Al día siguiente a eso del mediodía estábamos más o menos los mismos en el Club, expectantes a la espera de la llegada de José Luis López. Cuando le vimos entrar ninguno de nosotros pudimos aguantar la risa pues había que ver la cara que traía a pesar de que  había encajado la broma con mucho estilo y nos decía que ni se había imaginado que se la estuvieran pegando con la broma pues sí hubieran sido otros…. pero quien iba a sospechar  nada  de  Peralta  y  de  Jorge…….pero  que  lo  que más le había jodido, nos decía, no fueron ni las copas que nos invitó ni el regalo que le había comprado a su mujer, sino cuando fue a la Delegación de Ciegos con su esposa a cobrar el número y poniendo los dos cupones encima de la ventanilla le dijo al cajero: «págueme esto amigo que ya era hora de que me tocara». El cajero coge los dos décimos, los mira en la lista, y muerto de la risa, le mira y le dice: «Quien se la pegó, porque usted aquí no tiene ni el reintegro». Se queda mirando al cajero y a la mujer y le dice: «ya coñooooo que bien me la pegaron esos cabrones…….»

Tanto Peralta como yo le pedimos disculpas y nos ofrecimos a colaborar con los gatos que le habíamos ocasionado con la broma. Aceptó de muy buena gana las disculpas pero no la colaboración.

6.- PERALTA, LA PATA DE CERDO Y PEPE EL CANTINERO.-

Antonio Quintana Peralta, como les decía antes, era amigo de gastar algunas bromas pero como era tan serio y tan señor, que, aparte de los amigos más íntimos que ya le conocíamos, nadie creía que no fuera verdad lo que el decía.

Generalmente, como ya dije, el iba al Club los Viernes por la noche y los Sábados al mediodía pues su suegra vivía por la zona y traía a su mujer a visitarla y mientras él se echaba su whisky y allí nos veíamos casi siempre los habituales.

Pepe el cantinero solía tener casi todos los sábados una pata de cerdo asada al horno que se la hacía Yeyo, el dueño del Restaurante La Española. A decir que la pata era fresca, del país, y que siempre estaba exquisita. La pata en verdad era pequeña, de unos cuatro o cinco kilos, pues al hacerse lentamente en el horno tiene mucha merma, en torno al 40 ó 50 por ciento pues vienen con mucha grasa, que es imprescindible para que quede tan sabrosa. Y ni que decir de la corteza.

Uno de esos sábados en que Peralta tenía ganas a bromas, no se le ocurre otra cosa que preguntarle muy seriamente a Pepe el cantinero: «Pepe cuanto pesaba la pata cuando se la llevaste a Yeyo». P’os unos nueve kilos,  le contesto  Pepe.  «Y tú no te das cuenta de que Yeyo te está engañando; no ves que es imposible que hubiera mermado tanto; eso es que te la cambió por otra más chica. Y a todos los amigos que íbamos llegando le decía por lo bajo que le apoyáramos en lo que el decía. Bueno, lo hizo calentar de tal manera que sin poder aguantar más le dice Pepe a su cuñado: «Luis, quédate en la barra un momento que voy a hablar con Yeyo porque ese cabrón no se ríe más de mi».

Cuando regresa a la Cantina, algo más calmado, nos dice que lo había puesto de vuelta y media delante de todo el mundo, pero que el insistía en que la pata fresca mermaba más que las congeladas y que ese era el motivo de la reducción de su tamaño. Les puedo asegurar que ese sábado estuvo a punto de tirar la pata a la basura, pues la cogió dos o tres veces en las manos para tirarla. No se cómo nos arreglábamos para aguantar la risa, porque yo creo que si nos reíamos delante de él nos tira atrás el cuchillo. Tal era la calentura que tenía.

Lo peor fue que ya no pudimos seguir disfrutando de la pata de los sábados. Pues verdaderamente estaba convencido de que Yeyo le engañaba. Peralta era mucho. !Como disfrutaba con esas perrerías!.

Hay que aclarar que todos éramos muy amigos de Yeyo y claro cuando se enteró de que todo había sido provocado por Peralta y nosotros se moría de la risa. Además él no le cobraba nada por asarle la pata. Sólo le hacía el favor.

Yo tenia muchísima amistad con Antonio pues el era Agente de Aduanas y yo le daba todo el trabajo de la empresa en la que trabajaba, pues al ser Jefe de Administración esa responsabilidad dependía de mi. Era un gran profesional que las Autoridades Portuarias respetaban. Tuve que ir alguna que otra vez con él a visitar a algún Jefe del Puerto y lo pude comprobar.

La pena es que después de tantos años trabajando y que no le entraba ni la gripe, a poco de jubilarse empezó con problemas de salud hasta que un maldito cáncer se lo llevo a la tumba. Vaya un cariñoso recuerdo para el. Descanse en paz.

Hay muchas mas anécdotas pero estas son las mas graciosas que recuerdo de esa etapa del Club Los Ruiseñores.

 

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