Don José Samsó y yo
Por Pedro González- Sosa
Cronista Oficial de Guía
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Su tía Josefa, de la que fue su heredero, vivía en Gáldar en una casa vecina con la parroquial y en la que estuvo, si mal no recordamos, hasta la década de los sesenta, el destacamento de la Guardia Civil. Era, y debe ser, una gran casona con un gran patio en el que habían allá por los años treinta del pasado siglo dos coches de caballo que doña Josefa, conocedora de la afición de mi padre por estos animales, se los regaló. Uno, de gran porte con capota, y el otro de solo dos asientos que en la época llamábamos “quitrín”. El primero, recordaba mi hermano Manolo con frecuencia, lo vendió mi padre para ser convertido en Las Palmas en un coche fúnebre tirado por caballos utilizado para los cortejos funerarios de personalidades de la época hasta la década finales de los cincuenta, y que recordamos verlo por última vez en el entierro de Ramónr Suárez Franchy que vivía en la calle Viera y Clavijo esquina a Domingo J. Navarro que era hasta aquel momento en el anterior régimen Subjefe provincial del Movimiento, cargo en el que le sucedió Ignacio Quintana Marrero, director del periódico Falange. El quitrín, más sencillo, sin capota, lo colocó mi padre en la trasera de nuestra casa de Las Barreras y sobre el que mis hermanos y yo, niño de ocho o nueve años, jugábamos. La intemperie, el sol y la lluvia acabó desmoronándolo, aunque no podemos precisar —por la ausencia de Manolo que era un archivo viviente de nuestro pasado familiar –cual fue su final definitivo. Por esta razón, y por el aprecio que la familia de don José en Guía y su tía Josefa en Gáldar tuvieron por mi padre, el apellido Samsó era habitual citarlo y recordarlo en el seno de la nuestra.
Existe otra evocación, ahora con una relación más personal de don Jose Samsó con el cronista. Y se remonta a la década de los cincuenta del pasado siglo cuando se enmarca la imagen de la patrona de Guía en el trono de plata en que aparece actualmente, cuya gestación nace en la mente del párroco don Bruno Quintana a los pocos años de su llegada en 1943. Para ello contacta en Barcelona con el conocido orfebre Ramón Sunyer Catalá pero el presupuesto no estaba al alcance de las posibilidades de la Parroquia, optando entonces el cura por visitar en La Laguna el tambien orfebre Cesar Molina en la calle Viana, con el que no se pudo concretar el contrato porque no estaba matriculado como tal en la profesión y trabajaba en pequeñas obras clandestinamente.
A partir de aquí entra en la historia del trono don José Samsó quien al ver las dificultades que tenía el párroco de conseguir el dinero suficiente para realizar la obra, en “un rasgo de generosidad”, dejó escrito don Bruno, llevó al preclaro hijo de Guía a sufragar el proyecto encargándose su realización a la empresa madrileña “Talleres de Arte” ubicada en aquel tiempo en la madrileña calle Agustín de Bethencourt, curiosamente otro canario ilustre. El trono se montó en 1955 por el técnico de la empresa Juan Garriga y durante las semanas que duró el trabajo eran habituales, hasta diríamos que diarias, las visitas a la iglesia de don José para seguir la evolución del montaje formándose en el templo una pequeña tertulia de la que formaban parte don Bruno, don José Samsó, don Furtunato Estévez, don Miguel García, a veces el alcalde Juan García Mateos y quien les habla, el más joven de los tertulianos veinteañero entonces, a partir de cuyo momento se entabló una fugaz relación de amistad que llegó a inquirir de nosotros algo de la historia de la primera ermita que tuvo el barrio de Anzofé, levantada que había sido en 1686 por don Esteban Sánchez de Bethendourt y Ramos, cuyos restos se situaban –y que hasta hace unos años todavía eran perceptibles– en los vastos terrenos que don José tenía en aquella zona. Por cierto, don José derribó en su época lo que quedaba de aquella ermita para aprovechar los palos de tea de su artesonado en un chalet que construyó en La Laguna de Tenerife, lugar habitual de su residencia, según nos contó alguna vez el propio don Bruno.
Muchas gracias