El ingeniero que ama los árboles

Augusto Álamo Suárez nació en Guía, al igual que su padre y sus ancestros paternos. Su madre, en cambio, era de Gáldar. Quizás sea por la rama materna de donde provenga esa pasión por las árboles. Su bisabuelo Teodoro Suárez Rodríguez evitó en su momento que talaran el hoy centenario drago del ayuntamiento galdense. Cuando iban a cortar el árbol, al creer erróneamente que sus raíces dañarían la estructura del edificio, él propuso que se decidiera por votación y que se pusiera en el acta el nombre y apellido de quienes votaran a favor y en contra porque el día de mañana, “no quería pasar vergüenza”. El temor al escarnio y a la afrenta pública de los concejales salvó al drago de una muerte segura.

Confiesa que desde pequeño le gustaba la agricultura y la ganadería. Luego convirtió su pasión en oficio y hoy es un ingeniero agrícola especialista en Zootecnia que diseña y asesora en jardinería y da clases de la materia en el instituto Felo Monzón.  

  

¿Por qué es tan difícil ser árbol en esta isla?

Porque somos dendrofóbicos. La razón de esta atávica aversión al árbol es la ignorancia. En esta isla no hay una cultura de respeto al árbol. Una de las grandes aportaciones de los ingleses, a parte del desarrollo agroindustrial, fue la jardinería. Si nos vamos a la RAE, un jardinero, en español, es una persona que cuida jardines. Si consultamos, en cambio, un diccionario inglés, jardinero es un greenfinger, un dedos verdes, una persona que tiene especial habilidad y talento para cuidar jardines. Uno simplemente cuida, el otro tiene cabeza y corazón para cuidar. Importante el matiz que separa ambas definiciones de una misma profesión. Yo he visto actuaciones en árboles y jardines en esta isla tan brutales que solo se explican porque quien las ordena y quien las ejecuta no tienen corazón.

Dentro del conjunto histórico de Guía los espacios públicos ajardinados se limitan a las plazas. ¿Cuál es tu valoración de su estado actual?

Lamentablemente, la plaza de Guía es un espacio con muy poco atractivo. Guía es fría. Carece de confort climático. Eso hace que tengas que hacer un esfuerzo especial en tu oferta para que el espacio público sea atractivo y atraiga a sus ciudadanos y a sus visitantes.

Guía no tiene comunicación directa entre la ciudad vieja y la nueva. Esta aseveración no es mía. Ya lo adelantó mi tío Néstor en los años setenta. Mi abuelo Salustiano, que fue un hábil comerciante, pensó que el desarrollo urbanístico de Guía iba a ser hacia la Atalaya. Por eso ubicó su comercio en la entrada de San Sebastián, a caballo entre quienes iban y venían de la Atalaya, los campos y las paradas de los coches de hora. Mi tío Néstor, en cambio, fue la primera persona a la que le oí decir que el desarrollo de Guía tenía que ser hacia Gáldar y no hacia la Atalaya. Hay que recordar que en aquella época el lomo era una zona agrícola muy importante. Entonces era poco creíble su propuesta. Sin embargo, se atrevió incluso a proponer que la conexión entre la ciudad vieja y la nueva tendría que ser a través de un paso que debía localizarse en lo que hoy es el edificio del casino. Una calle que comunicara directamente ambos espacios. Y llevaba razón, y mucho sentido común su propuesta, porque probablemente si actualmente existiera esa comunicación, la Plaza de Guía tendría mucha más vitalidad que la que hoy en día tiene. Ahora bien, si tú quieres que la gente vaya a la Plaza, esta tiene que ser cómoda, útil y atractiva. Y la vegetación que tienen actualmente las plazas del casco, no es nada atractiva. Por ejemplo, yo recuerdo en la plaza Chica unas rosaledas gigantescas y espectaculares. O cuando llegaba el Corpus, que Pancho Cerío cubría las escalinatas de la iglesia con macetas de crotos y Kochia scoparia. Era algo espectacular. La plaza Grande tenía ejemplares de palmera tan bonitos como Howea forsteriana, dos bellísimas Livistona chinensis que seguramente eran hijas del enorme ejemplar que crece en la casa de Doña Eusebia, e incluso una Phoenix dactylifera en la esquina de la farmacia, un ejemplar de pándano y unos laureles cuyas copas iban de un lado al otro de la plaza. Toda la plaza era una bóveda. ¡Hoy, no hay nada!

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¿Crees que se pueden recuperar esas copas frondosas? ¿Se podría volver a disfrutar de la sombra continua que proyectaban los viejos laureles sobre la plaza?

Si dejan a los árboles en paz, sí. Deben dejarlos crecer, que cojan altura, no los adefesios que son ahora, y permitir que alcancen su fronde natural y hacerles  limpiezas inteligentes seleccionando ramas interiores. Así podrán los laureles mejorar notablemente su imagen. Es difícil que recuperen su porte natural porque se les han hecho demasiadas podas en los últimos años y además se ha cambiado el entorno en el que crecen. Las fincas de las que bebían agua, ya no están. Pero dejándolos crecer y con limpiezas interiores para ayudar a que alcance su fronde óptimo, podrá recuperarse la antigua bóveda vegetal.

¿Cuál es el principal criterio que se debe tener a la hora de intervenir en los espacios públicos?

Al ingeniero José Saénz de Oinza le preguntaron una vez si era capaz de derribar el acueducto de Segovia y él dijo que sí, pero solo si era capaz de mejorar lo que estaba. Encontrarse un árbol con estos portes, con esa belleza y hacer una actuación como la que hicieron para empeorar el estado de las plazas fue un grandísimo error. Si lo que vas a hacer no mejora lo presente, ¿para qué hacerlo? Por una mala intervención hemos perdido un valor, un atractivo que tenía las plazas de Guía y era el carácter monumental de sus arboledas. Yo se los digo continuamente a mis alumnos: la jardinería es un juego de sutilezas. En tan solo diez minutos puedes cargarte el proceso de crecimiento y de maduración de un árbol que ha durado cien años.

¿No tienes la impresión de que las arboledas históricas del casco languidecen igual que lo hace el espacio edificado?

Para responderte a esa pregunta déjame comentarte antes algo. Recuerdo a un señor que era marchante y que murió con noventa y pico años en el hospital de San Martín. En el año 85 ó 86. Hablando un día con él, que procedía de Telde, cuando supo que era de aquí, exclamó, “¡Bien de frío pasé en Guía! Yo iba al norte a comprar vacas y otros animales. Allí había una recta antes de entrar a la ciudad que tenía tal arboleda que una vez dentro no se veía el sol”.

El Lomo Guillén, imagino…

Exacto. Allí hubo una arboleda que cubría todo el lomo. Imagínate subir por esa carretera con los márgenes llenos de árboles. Yo llegué a pensar que era imaginación del marchante. Me costaba imaginarme esa frondosidad. Años después vi una foto antigua del lomo y reconocía que el que estaba equivocado era yo. La arboleda existió. Allí hubo laureles, eucaliptos, cipreses, falsos pimenteros. La mejora de las comunicaciones, el ensanche de la calle obligó a prescindir de ellos. Fue una lástima, sin duda. Pero volviendo a tu impresión, las arboledas han sentido, como no podía ser de otra manera, la transformación del espacio: las zonas de cultivo se urbanizaron y los árboles molestaban. Eran un estorbo. También ha afectado el ensanchamiento de las carreteras, las intervenciones no muy acertadas en las plazas, etc. Todo junto da la impresión de haber afectado irremediablemente a las arboledas.

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¿Recuerdas algún jardín que te gustara especialmente en Guía?

La finca de la Huerta, de Pancho Cerío. Me encantaba hablar con él y pude visitarlo algunos sábados por la mañana. Donde él vivía y como él vivía era lo más parecido al paraíso que uno pudiera imaginar. Entrabas por la portada del lomo y ya te encontrabas aquel espacio lleno de plataneras y bajo ellas todo el suelo cubierto de helechos para cultivarlos. Después llegabas a una cuadra detrás de la cual pasaba un riego. Era el lugar donde preparaba el estiércol para fertilizar las plataneras y las plantas. Tenía un cenador lleno de helechos que era donde leía el periódico. Imagínate, atravesabas aquella frondosidad, las plataneras, las flores, las vacas y luego te enseñaba los invernaderos llenos de anturios y de crotos y sentías que estabas ante algo especial.

También recuerdo el jardín de Manolo Blanco. Allí íbamos a jugar, a grabar películas en super ocho. Dicen que allí hubo un palmera enorme, grandísima. Yo no la conocí pero me lo contaron. Allí íbamos todos los días. Teníamos una habitación exclusivamente para nosotros, para toda la pandilla.

Y en el apartado urbanístico y arquitectónico, ¿cómo ves el conjunto histórico?

El casco de Guía se muere. Se conservó, como bien dijo Jose Fernando Moreno, por la apatía de sus ciudadanos, que luego, hay que reconocerlo, fue una bendición porque no sucedió aquí el destrozo que ocurrió por ejemplo en Gáldar.

Hace años se hizo una actuación muy interesante cuando se arreglaron y pintaron todas las fachadas, pero ahora las casas están sin ocupar, se están degradando, se están cayendo. Muchas no se venden por problemas entre los herederos, que no se ponen de acuerdo en qué hacer con la vivienda o porque están enfrentados.  Ojalá la llegada de la Universidad suponga una revitalización del mercado de compra-venta en el casco. Y esperemos que no llegue tarde porque hay mucho abandono y ruina.

Recientemente, una tesis de la Universidad de la Laguna ha descrito la fuerte dependencia  que hay entre turismo y la recuperación del centro histórico de La Laguna. ¿Es un modelo a seguir?

Quizás sea ahora un muy buen momento para intentarlo: la ocupación hotelera en la isla es mayor que nunca y no todos los turistas buscan exclusivamente sol y playa. El turismo de interior está al alza. Sería interesante aprovechar este contexto económico para intentar recuperar casonas como la antigua Fonda de los Artiles, donde pernoctó Olivia Stone, y cuya arquitectura y patio interior son una maravilla. Pero La Laguna juega con ventaja. La ciudad ha sido lo suficientemente inteligente como para restaurar y revitalizar su enorme patrimonio mediante la inversión o el gasto de otros, ya sea administración pública o entidades privadas con fuerte capacidad de inversión. Guía no tiene la enjundia ni la importancia arquitectónica que tiene La Laguna, eso está claro, pero sí es verdad que nuestro casco histórico es muy interesante. Aquí la administración es la que tenía que haber liderado su recuperación y el resultado está a la vista de todos. Esperemos, como dije antes, que la universidad Fernando Pessoa se convierta en el revulsivo que necesita esta ciudad.

Por otro lado, yo echo en falta en el casco un hotel y que se mejore su atractivo comercial, orientado hacia sus productos más clásicos: la venta de queso, artesanía, cerámica tradicional . Hay casas interesantísimas para dedicarlas a ese fin, con las posibilidades que tiene el casco. A mí se me saltan las lágrimas cuando veo el estado de la antigua Fonda de los Artiles. Tiene un potencial increíble para convertirlo en hotel pero claro, haría falta una inversión fortísima

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En tu opinión, ¿cuál es la principal amenaza que tiene el casco?

El despoblamiento y el envejecimiento. Como dije, hay muchas casas abandonadas que se están cayendo. Y casas, bastantes, en las que viven una o dos personas bastante mayores. Cuando estas fallezcan, habrá que preguntarse quién se encargará de mantenerlas. El panorama no es muy halagüeño.

¿Podría ser una solución hacer atractivo el casco para que resida en él la gente joven?

La idea es buena, pero, ¿quién tiene la capacidad económica para meterse en una aventura de esas características? Restaurar una casa en Guía es muy complicado y muy caro. La protección de las viviendas ocasiona que la mecanización de las tareas que implica la restauración y rehabilitación sean actuaciones casi artesanales. Un ejemplo concreto es el Mirador.  Probablemente sea más fácil y barato tirarlo y hacerlo de nuevo que restaurarlo. ¿Qué inversor privado es capaz de aventurarse a algo tan complejo? Tendrá que ser una entidad pública. Inevitablemente. Y el ayuntamiento de Guía tiene sus limitaciones económicas y financieras. Casas que se puedan habitar en el casco de un día para otro, de ochenta, actualmente hay seis.  Las demás están en muy mal estado y requieren reformas importantes. A parte del recelo de los propietarios. Lo que hablamos antes, una casa con cinco herederos, por ejemplo, es una casa que no es de nadie. Esa casa está condenada a caerse al suelo.

Dime una casa del casco que te guste especialmente.

La Fonda. Yo recuerdo el patio cuando allí estaba Basilisita que tenía cochinos y en la fuente siempre había culantrillo, berros y otras plantas. Sendo también tenía animales. Esa casa tiene un encanto especial. En Las Marías pude visitarla  gracias a un familiar para mostrársela a un amigo arquitecto que se quedó encantado.

Sé que tienes especial interés por recuperar la figura de D.J. Leacock. ¿Por qué?

Porque me parece un acto de justicia. Recuerdo que de pequeño cuando estaba sentado junto a mi padre a la entrada del comercio, veía pasar un Peugeot 404 con chófer y un hombre con sombrero dentro que siempre saludaba atentamente. Una vez, le pregunté intrigado a mi padre quién era ese señor y así oí hablar por primera vez de Mr. Leacock, el inglés que vivía al pie de la montaña y que para mí era todo un enigma. Cuando murió, yo estudiaba en La Laguna y recuerdo la portada del periódico donde se decía que había legado todo su patrimonio empresarial a sus trabajadores. Aquella noticia me impactó. Con los años he ido preguntando e investigando y así he ido sabiendo que ese señor que vivía en la falda de la montaña, en Becerril, había estudiado Ingeniería industrial en Cambridge, que en 1914 trabajó en la construcción del  Canal de Panamá, que gracias a su esposa Jessie Etchells perteneció al Círculo de Bloomsbury, un importante grupo intelectual, literario, artístico y social londinense de ideología liberal y humanista donde estaba, entre otras figuras. la escritora Virginia Woolf, que fundó el cooperativismo agrario en el norte, que introdujo nuevas técnicas agrícolas y realizó destacadas inversiones y proyectos en obras hidráulicas, que debido a sus simpatías con la República Española, tuvo que exiliarse de Gran Canaria y establecerse en New Jersey, en Estados Unidos. Que trabajó para las Naciones Unidas en proyectos de desarrollo agrícola por todo el mundo hasta que regresó a Guía en el año 1964 gracias a D. José Samsó; que llegó a proporcionar trabajo a más de 600 personas, que se preocupaba tanto por la salud de sus trabajadores que le llevó a crear el primer consultorio médico de empresa en la zona noroeste, y que pagaba a sus trabajadores  la seguridad social, cuando aún no era obligatoria. ¡Es un personaje digno de estudio y de reconocimiento que vivió en nuestro municipio!

¿Y qué persigues con esta investigación?

Mi sueño es que las instalaciones que nosotros conocemos como La Máquina y que fueron propiedad del fundador del negocio y primer exportador de plátanos del mundo a finales del XIX y principios del siglo XX,  John Milberne  Leacock, que luego pasaron a su hijo, un personaje de la talla intelectual y humana como fue D.J. Leacock, padre a su vez de Richard Leacock uno de los cineastas de cinema verité más reconocidos del mundo, y que en la actualidad son propiedad del mayor exportador de plátanos de Europa, sea todo un referente cultural y educativo: el Museo del plátano. Lo merece.

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Nota: especial agradecimiento a la Fundación Canaria Néstor Álamo por la cesión desinteresada de fotografías del Fondo fotográfico Paco Rivero

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