Vivencias de nuestra gente n° 62: el invento de unas nuevas serenatas
*Por José Juan Jorge Vega //*
En los años de mi juventud se estilaba darles serenatas a las novias, e incluso a alguna chica que te gustara. Lo normal era que te hicieras con un guitarrista, si podías con una bandurria o un laúd y un cantante. La música preferida eran los boleros que habían popularizado el famoso trío Los Panchos.
Yo recuerdo darle a mi novia algunas serenatas acompañado de una guitarra y un cantante. Se hacía de la siguiente manera: Llegábamos en absoluto silencio con los instrumentos afinados, y a una señal se arrancaba. Se solía cantar uno o dos temas como máximo y con el mismo silencio que llegábamos nos íbamos. Tenía que ser una cosa bien hecha, con mucho respeto. La música sonaba genial en el silencio de la media noche o madrugada.
Esta vivencia que paso a contarles ocurrió en el año 1964. Eramos cuatro amigos de Guía que teníamos por novias a cuatro amigas de Gáldar, con las que unos años más tarde nos casaríamos.
Los cuatro amigos acostumbrábamos a reunirnos los sábados por la noche para tomar unas copas, comer algo y charlar. A veces íbamos a la Montaña de Gáldar al «bar Casa Palomares» que siempre tenían un pescado fresco riquísimo; otras a la Atalaya al bar «Casa Pablo», con su carne de cabra exquisita; y algunas veces íbamos a mi casa, donde yo mataba un conejo que con unas papas fritas quedaba también muy bueno. En este caso la bebida la llevábamos nosotros: una botella de ron Bacardí y unas Coca Colas.
Pues bien, uno de esos sábados estábamos en La Atalaya en el bar “Casa Pablo”, Jorge Padrón, Pepe Bautista y yo. No recuerdo el motivo pero el cuarto amigo, Efrén Armas, no estaba esa noche. Mientras charlábamos, bebíamos y comíamos, no recuerdo a quien de los tres se le ocurrió la idea de darles una serenata a nuestras novias. Claro que el problema era localizar a un músico y a un cantante a esa hora, pues a todas estas eran ya más de las once de la noche. Ya nos estábamos desinflando cuando se le ocurrió a Jorge la genial idea de dar las serenatas con un tocadiscos de pilas que tenía su hermana. Todos celebramos la ocurrencia y tiramos para Guía en las motos en busca del aparato. Elegimos dos discos de boleros y nos fuimos en dirección a Gáldar.
Empezamos por la novia de Pepe, que era la que más lejos vivía; después le toco a mi novia y todo perfecto. Llegábamos y nos íbamos en completo silencio y la música, en el silencio de la noche, sonaba que era una maravilla. Cuando llegamos a la casa de la novia de Jorge pusimos el tocadiscos en marcha y al principio iba muy bien pero a mitad de la primera canción empezaron a fallar las pilas y claro la voz de Los Panchos salía totalmente distorsionada. Ya el disco se quería parar cuando Jorge empieza a darle vueltas con el dedo tratando de alcanzar las revoluciones que llevaba el disco. Aquello fue peor y por mucho que lo intentamos no pudimos evitar las risas. Nos fuimos rápidamente porque aquello podía dar lugar a que el padre de la novia saliera y se armara una buena.
Al día siguiente Domingo, cuando, como era costumbre, nos vimos en una cafetería que estaba por los alrededores de la plaza de Gáldar, comentamos la serenata y claro les explicamos lo que nos había pasado con las dichosas pilas. A todas les había gustado menos, naturalmente, a la novia de Jorge que nos dijo que tuvo que agarrar a sus padres porque querían salir los dos a insultarnos, porque, decían, que aquello era un insulto a su hija.
Esa misma noche antes de acompañar a nuestras novias a sus casas, fuimos a la casa de la novia de Jorge y les pedimos disculpas a sus padres explicándoles lo que nos pasó. Ellos lo entendieron y nuestra amistad quedo intacta.
Y así acabó esta experiencia de una nueva forma de dar serenatas, pero eso sí, en la próxima que no se nos olvide llevar un juego de pilas de repuesto.