Vivencias de nuestra gente n° 73: mi vecino y el susto del ladrón

*Por José Juan Jorge Vega //*
Esta vivencia ocurrió en la madrugada de un día de los años 90 del pasado siglo. El protagonista fue un vecino mío algo bruto e ignorante como podrán comprender en el relato.
Pepe Luis era un vecino que vivía en un piso más bajo que el mío de un edificio de 10 plantas en Las Palmas de Gran Canaria. Procedía de Lanzarote y era taxista. También tenía una pequeña guagua dedicada al transporte y excursiones de turistas. Las cosas le iban muy bien. Su mujer también era de Lanzarote y era muy amiga de mi esposa y sus dos hijos muy amigos de mis hijos. Entre Pepe Luis y yo solo había una relación de vecinos. Un año nos toco por sorteo llevar la comunidad de vecinos, él de presidente y yo de secretario. Era un desastre y la poca relación que teníamos se enfrió aún más.
El taxi, un Mercedes casi nuevo, siempre lo dejaba aparcado en el parking del edificio que estaba justo detrás del balcón de su vivienda y de la mía. En cierta ocasión, cuando se disponía a salir a trabajar por la mañana muy temprano, detectó que la noche anterior habían intentado abrirle la puerta del coche. No se lo explicaba porque lo único que dejaba en el coche era la calderilla para el cambio, que a partir de ahora la subiría a su casa una vez acabada la jornada de trabajo. A no ser, se decía así mismo, que quisieran robarle el coche. De todas formas era muy raro porque no era muy habitual el robo de taxis.
Así que como estaba intranquilo se despertaba varias veces durante la noche y se asomaba a su balcón para echarle un vistazo al coche, pues lo tenía aparcado como siempre en nuestro parking, y procuraba dejarlo lo más cerca de su balcón.
Una de esas noches, cuando se asomó al balcón a eso de las tres de la madrugada, vio que alguien estaba manipulando la puerta de su taxi, la del conductor. Sin pensárselo mucho se va corriendo a la cocina y coge una botella llena de agua San Roque, y después de apuntar bien a la cabeza del ladrón se la tira con todas sus fuerzas, pero afortunadamente no lo alcanzó pues de seguro que lo hubiera matado. La botella impactó en el parabrisas del coche que se hizo añicos tras una explosión en el silencio de la noche que a más de un vecino, a mi también, puso sentado en la cama. Había que ver el susto que se llevó el ladrón pues pegó un salto que para sí quisiera Cristiano Ronaldo, seguido de insultos y amenazas a voz en grito: Hijo de p…., baja si tienes c…., hijo de mala madre……,te voy a denunciar……..
Aquello fue tremendo. Imaginen la velocidad que llevaría la botella lanzada con fuerza desde un 7º piso. Los vecinos cuyas viviendas daban para el parking estábamos todos en el balcón. Después del susto por el tremendo estruendo de la botella contra el cristal, nos partíamos de risa al ver cómo estaba el ladrón. El susto que se llevó fue de infarto. Menos mal que no le acertó, como era su intención, porque le hubiera costado un disgusto al vecino, pues de seguro le hubiera destrozado la cabeza.
Aquella noche Pepe Luis no durmió más, pues decidió quedarse haciendo guardia en el balcón, con otra botella a su lado, por si al chorizo se le ocurría volver otra vez.
A primera hora del día siguiente fue a la Casa Mercedes para colocarle el parabrisas para poder salir a trabajar. Porque eso si tenía, era muy trabajador.
Unos años más tarde se separó de su mujer que, dicho sea de paso lo tenía como un palmito, como se suele decir, y se fue a vivir con una señora peninsular de buen ver, de la que se enamoró o se encaprichó de mala manera. Pero, evidentemente ella no tenía buenas intenciones, no era una buena mujer, pues se aprovechó de él y se dedicó a vivir a todo lujo y a levantarle todo el dinero que podía.
Fíjense hasta donde llegó su capricho e ignorancia, que para seguir el ritmo de vida que ella le marcaba tuvo que vender primero el microbús que tenía para excursiones de turistas y unos años más tarde también vendió el taxi y la parada. Cuando se le acabaron los recursos económicos la señora, por llamarle de alguna manera, lo dejó y lo echo de su casa en donde hasta entonces vivían como pareja.
Pero, a pesar de lo bruto e ignorante que era, Pepe Luis no carecía de buenos sentimientos, pues cuando vendió el microbús se preocupó por el chofer que tenía de empleado. Un día me llamó por teléfono y me pidió empleo pasa su chofer. Unos meses más tarde lo empleé de repartidor y resultó ser muy competente y serio en su trabajo.
Así, que en unos pocos años, pasó de estar viviendo como un rey en su propia vivienda, a trabajar de asalariado en otro taxi y viviendo en un apartamento alquilado, más solo que la una. No le he vuelto a ver nunca más, así que no se como le irá.
Su mujer volvió a casarse, unos años más tarde, y parece que las cosas le van muy bien, pues heredó dos viviendas en Haría, Lanzarote, que tiene alquiladas y le dejan una buena renta.
Bien dice el viejo refrán que: “Pueden más dos tetas que una carreta”.

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