Suzanne

Santiago Gil //

“Y quieres viajar con ella, y quieres viajar a ciegas”. Los dos escuchaban música a través de los auriculares. Caminaban por una calle peatonal. El cielo estaba azul y era verano.

Los dos iban relajados y felices. No se conocían. Ella visitaba por vez primera aquella ciudad. Venía de otro país a pasar sus vacaciones lejos del ruido y del agobio de la gran ciudad en la que vivía todo el año. Ella se llamaba Ingrid y él Arturo.

Tenían la misma edad y habían nacido el mismo mes y el mismo año. Los dos eran del signo Libra, unos románticos empedernidos, que vieron las primeras luces de la vida el mes de octubre de 1977.

“Todos los hombres serán navegantes hasta que el mar los libere”. El entrecomillado es parte de la letra de la canción que iban escuchando. Él era abogado y venía de su despacho. Tenía un mes de vacaciones por delante. No había hecho planes.

Se había divorciado hacía dos años y no tenía hijos. Quería improvisar un viaje y perderse en cualquier ciudad de Europa. Ella venía de Berlín. Era violinista y antes de regresar a Londres a estar con sus padres una semana necesitaba el mar y el cielo azul tras muchos meses de nubes bajas y largos ensayos.

Él terminaría viajando a Berlín ese verano, pero en ese momento en que escuchaba una canción de Leonard Cohen seguía sin planes. Ella también escuchaba Suzanne. Los dos habían seleccionado esa canción al mismo tiempo. Sonaba sincronizada en ambos aparatos, bajo el mismo cielo azul y en medio de la misma gente que estaba realizando las últimas compras antes de salir de vacaciones.

Había muchos niños con baldes de colores, con pequeños hatos con palas y rastrillos de plástico y con bolsas en las que llevaban los bañadores que acabarían desgastados en los últimos días de agosto. Sus padres llevaban bolsas con toallas, pareos y camisetas sueltas para los días de playa.

Se cruzaron en mitad de la calle y se miraron un instante. Luego los dos irían recordando esos ojos en los siguientes pasos, pero no se dieron la vuelta, no se buscaron de nuevo, y sus vidas han seguido sin que variara nada desde ese encuentro en mitad de una calle cualquiera un día de verano.

Como buenos Libras eran indecisos y soñadores. Ella no olvidó sus ojos marrones y él guardó el verde intenso de su mirada para siempre. Cuando se vieron, ninguno sabía que estaba escuchando la misma canción en el mismo momento, el mismo verso, el que habla de que todo está bien mientras “mientras Suzanne sostenga el espejo”.

Ha pasado un año y esa canción suena de nuevo en esa misma calle. La escucha una adolescente que está empezando a conocer la música de Leonard Cohen. También es Libra. Como lo eran Ingrid y Arturo. Regidos por Venus. La diosa del amor y de la belleza. Algún día puede que venga alguien en la otra dirección escuchando la misma música con la misma letra.

CICLOTIMIAS

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