De cuando querían hacer trabajar a maestro Pancho

VIVENCIA DE NUESTRA GENTE N° 28.

por  José Juan Jorge Vega

Esta anécdota y alguna otra que iré relatando, me las contó un antiguo compañero de trabajo que procedía de Agaete. Todas ellas ocurrieron en este pueblo hace ya muchos años.

Maestro Pancho era un hombre alto y delgado, pero era fuerte y gozaba de buena salud. También era un hombre serio y de pocas palabras. Tenía entonces cincuenta años recién cumplidos y trabajaba en lo que se le presentara pero ciertamente no le tenía mucho apego al trabajo. Él lo tenía claro: trabajaba para vivir y no vivía para trabajar.

Vivía con su mujer y sus dos hijos en una casa que heredó de sus padres en las afueras de Agaete, tirando para el Valle. Su mujer, seña Fefa, era una buena mujer que aparte de atender la casa, a su marido y a los dos hijos, hacia limpiezas en las viviendas de dos señoras del pueblo, y entre lo que ganaba uno y otro se las apañaban más o menos bien. Todo iba normal en la vida de esta humilde familia, hasta que un día paran a maestro Pancho y por más que lo intento no consiguió trabajo en ninguna parte.

Hay que tener en cuenta que en esa época no existía el cobro del «paro» ni ninguna otra ayuda. Por lo que el único dinero que entraba en la casa era el que ganaba  su mujer haciendo limpiezas.

Llega un momento en que seña Fefa empieza a preocuparse seriamente. Su marido ya va para tres meses que está parado y ella se ha visto obligada a coger dos casas más para hacer limpiezas, porque maestro Pancho se ha arregosta’o a la buena vida que ya no busca trabajo. Ni siquiera lo nombra.

El hombre vive como un señorito. Se levanta a eso de las nueve de la mañana; se enjuaga un poco; desayuna, se pone a oír la radio, y a eso de las once se viste de limpio, se encasqueta el cachorro y sale de la casa camino al casino de la Villa. Se echa sus partidas de dominó o de subasta’o y a eso de la una se toma un par de copas de ron con una perra de chochos con los amigos y después tira caminando para su casa a almorzar. Después de comer se hecha su siesta y se levanta a media tarde. Y así un día tras otro sin nombrar el trabajo ni de coñas. Y seña Fefa, p’a que no se le calentara, no se atrevía a decirle nada.

La situación era ya insoportable, pues la pobre mujer ya no podía trabajar más y las perras que ganaba no daban para vivir decentemente. También le preocupaba que su marido, un hombre todavía joven y saludable, se estaba convirtiendo en un vago y un vicioso. Así estaba de triste cuando se entera por una vecina, que estaba al tanto de su situación, de un trabajo cerca de la Aldea. El problema era como se lo decía a su marido, pues tampoco quería que él se cabreara con ella, pues le tenía mucho respeto y además lo quería.

Llevaba toda la mañana dándole vueltas a la cabeza, hasta que se decide a decírselo mientras comían, como tirándole una punta, pues era uno de los momentos en que maestro Pancho se encontraba más a gusto y relajado. Así que mientras estaban los cuatro sentados a la mesa y se comían un potaje de berros jalaito de gofio, le dice casi sin darle importancia: «Panchillo, tú sabes que me entere que los Rodríguez le van a subir dos metros a la presa……..». Maestro Pancho sigue con su potaje y mientras se corta un cacho de queso va y le dice a su mujer, socarronamente y pasando totalmente de la punta que le tiro: «P’os más agua hace Fefa», y siguió jalándose el potaje como si aquello no fuera con el. !No tenía remedio!

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